Isaías 49,8-15; Sal 144, 8-9. l3cd-14. 17-18; san Juan 5, 17-30

Este es uno de los fragmentos evangélicos en que queda más clara la filiación divina de Jesús. De sus palabras infieren los judíos que llama a Dios Padre, y lo hace de tal manera que se considera a sí mismo Dios. Es decir, Jesús se reconoce como Hijo de la misma naturaleza que el Padre. Y ahí está el escándalo y el motivo de que se encendiera en ellos el deseo de matarlo.
Todo el texto muestra la unión de voluntades entre el Hijo y el Padre. Esa unión que alcanzará su punto más dramático en el Huerto de los Olivos cuando Jesús ore diciendo: “Padre, si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Dicen los teólogos que en las obras exteriores las Tres Divinas Personas actúan juntas. El término técnico es, en latín, “ut unum”. Es decir, el Padre no crea separado del Hijo ni del Espíritu Santo, ni tampoco el Hijo redime el mundo por su cuenta sin contar con las otras dos Divinas Personas. Como es un solo Dios hay unidad de acción. Pero más allá de la enseñanza dogmática, que es importante conservar para no introducir divisiones en Dios, hay una enseñanza espiritual: Jesús, también en su Humanidad, está metido en el corazón del Padre: “Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.
Cuando hacía el servicio militar un Teniente Coronel me dijo, comparando su oficio militar con mi condición sacerdotal: “Nosotros podemos obedecer sin estar de acuerdo con las órdenes recibidas, en cambio vosotros (los curas), debéis amar lo que os mandan”. Aun cuando puedan haber aspectos matizables en esa frase, encubre una gran verdad. No es suficiente con hacer las cosas bien, sino que debemos, en todo, buscar la voluntad de Dios. Una cosa es la santidad, que es conformación con el querer divino, y otra el perfeccionismo. Han existido herejes que hacían muchas cosas muy bien y que incluso eran reconocidos como modelos virtuosos. Pero lo que Jesús nos enseña es a querer lo que Dios quiere; es decir, a unir nuestro corazón al suyo, a meternos en el corazón del Padre.
Ese corazón nos ha sido mostrado por el Hijo. Si no conociéramos al Hijo tampoco sabríamos nada del Padre. Por eso a través del Corazón de Jesús aprendemos a conocer la voluntad de Dios. También este evangelio es claro en no separar al Hijo del Padre. Hay personas que pretenden una relación directa con Dios prescindiendo del Hijo. Es una barbaridad porque, precisamente, se nos ha revelado la paternidad de Dios a través de Jesucristo. Hay un mediador entre Dios y los hombres que es Jesús. Eso es lo que escandalizaba al auditorio y por eso querían matarlo. Hoy esa tentación puede manifestarse más sigilosamente. Bastaría, simplemente con prescindir de Jesús en nuestra relación con Dios. Por eso santa Teresa de Jesús, comentando la oración dominical, señalaba que cuando decimos “Padre nuestro” en primer lugar nos referimos al que es Padre de Jesús y también de cada uno de nosotros. Rezamos unidos a Cristo, porque sin Él no sabríamos qué significa la palabra “Padre” aplicada a Dios.
En el camino de hijos, a través de Jesús, vamos entrando en ese corazón de Dios que se nos revela amante de la humanidad hasta el punto, como celebraremos pronto, de entregar a su Hijo a la muerte por nosotros.