31/1/2007, Miércoles de la 4ª semana de Tiempo Ordinario.
Hebreos 12, 4-7. 11-15; Sal 102, 1-2. 13-14. 17-18a; san Marcos 6, 1-6
Hoy la Iglesia recuerda a ese gran pedagogo santo, Juan Bosco, que revolucionó los métodos de enseñanza con su sistema preventivo. Coincide que la primera lectura, de la Carta a los Hebreos, también trata de la educación. San Pablo habla de la ley como pedagoga y, en el fragmento que hoy escuchamos se recuerda que Dios también nos corrige. Ciertamente este es un punto que a mucha gente le cuesta entender. Parece como si la bondad y la misericordia entraran en contradicción con corregir a quien se equivoca o hace las cosas mal. Se nos da la clave para entender: “el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”.
Muchas veces nos encontramos en situaciones que nos cuesta entender. Pensamos que hacemos las cosas bien y no somos capaces de aceptar las contrariedades. Ciertamente, en ocasiones, se hace difícil entender el plan de Dios. Pero hay que saber que el Señor todo lo dispone en bien de los que lo aman.
Hay lecciones en las que aprendemos mucho. Como sacerdote algunos fracasos pastorales me han servido para darme cuenta del orgullo y aprender a fiarme menos de mis fuerzas y más de Dios. También alguna enfermedad me ha ayudado a recordar que soy débil y que no puedo olvidar que la vida es un don de Dios. Cuando eso sucede, y caigo en la cuenta, que no es siempre, doy gracias a Dios. Sé que el mal no es necesariamente enviado por Dios, y que intervienen muchas otras causas, pero no puedo dejar de agradecer que el Señor utilice esos inconvenientes para un bien más grande, que es el de mi alma.
Ser corregido es un gran bien. Hoy está en cierto modo mal visto porque parece que se opone a la espontaneidad. Pero si un árbol, cuando es joven, no se cuida y se lo apoya en un rodrigón, atándolo con una cuerda, fácilmente crecerá torcido. La vida del hombre, y su dimensión espiritual, no responden con la misma facilidad que un árbol, pero aún así es un gran bien cuando nos sacan de un error o nos hacen darnos cuenta de un defecto. Si eso lo hace otra persona con amor, como san Juan Bosco que transformó a multitud de personas con su caridad pedagógica, le damos las gracias. ¡Cuánto más debemos hacerlo si es el mismo Señor quien nos presta su atención!
Meditando esta lectura me he dado cuenta del gran regalo que es la autoridad que, como indica el apóstol, viene de Dios. La de los padres, la de los maestros, la de la Iglesia… La palabra autoridad viene de un verbo latino, augeo, que significa hacer crecer, aumentar. Gracias a ella se nos conduce, animándonos cuando es necesario y advirtiéndonos cuando erramos.
Gracias, Señor, por todas las veces que me corriges, aunque me cueste darme cuenta. Te pido que no dejes de estar atento a todo lo que hago y que me reprendas si me equivoco, así podré más fácilmente alcanzar los bienes que quieres darme.