Gén 14, 18-20; Sal 109; 1Cor 11, 23-26; Lc 9, 11b-17

«Caía la tarde»… Es la hora de la cena, el fin del día. Son muchos los hombres que han pasado la jornada sin comer, y están hambrientos. «Caía la tarde»… Se acercaba el ocaso, porque la vida terrena de Jesús llegaba a su fin, y en «la noche en que iban a entregarlo» cenaba con sus apóstoles, hambrientos también de la presencia del Maestro. «Caía la tarde», porque la sombra de este mundo pasa, porque vivimos fugazmente mientras el sol se pone en un vuelo, y pasamos este día tan breve entre gemidos de hambre.

«No tenemos más que cinco panes y dos peces». Es desmesurado. Un pan para cada mil personas. Mejor resignarse que ilusionarse con una quimera. «No tenemos más que cinco panes y dos peces». Si al Maestro apenas le queda medio día de vida en esta tierra, ¿no debierais conformaros con una despedida ardiente, con fabricar un recuerdo abrasador de última hora, y estrecharlo cada día contra el pecho mientras lloráis? ¿No debierais callar al corazón, que pide un «siempre», y darle esos minutos de presencia que ya vuelan? «No tenemos más que cinco panes y dos peces». Dos terceras partes del mundo mueren de hambre; los hombres están más solos que nunca; los hermanos se matan entre sí; las familias se rompen… ¿Y pensáis saciar a la Humanidad con un Crucificado? Es desmesurado…

«Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió»… No hace caso Jesús de los «lógicos» reparos y temores de los hombres. Como si la tristeza de aquella despedida no hubiera logrado vencerle, durante la Última Cena «tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió»… Y, mientras el mundo llora su hambre, mientras el dolor parece haber ganado la partida, cada día el sacerdote parte el pan, obediente al mandato de Jesús: «Haced esto en memoria mía».

«Comieron todos y se saciaron». La omnipotencia divina, al unirse a un Corazón humano, tiene efectos imprevisibles. Cualquiera de nosotros habría deseado saciar a los cinco mil hombres, y nos hubiéramos tenido que conformar con bellas palabras. Lo desea Jesús, y cinco panes se convierten en alimento superabundante. «Comieron todos y se saciaron». Cualquiera de nosotros habría dado lo que fuera por evitar la despedida, y nos hubiéramos tenido que conformar con metáforas. Pero las metáforas no alimentan más que a los ilusos y a los tontos. Lo desea Jesús, y la despedida se torna bienvenida; se marcha y se queda a la vez: «Esto es mi cuerpo». Cuando celebré la Eucaristía en el Santuario de Fátima, vi a una multitud pobre, sufriente, hambrienta. Muchas rodillas sangraban, y muchos ojos lloraban. María puso en la mesa el Pan de Vida. Se acercaron a comulgar, y sonreían; se recogían en oración, y los milagros se hacían realidad. Desde entonces, cada vez que distribuyo la sagrada Comunión, veo acercarse a un pueblo hambriento, y sé que les estoy dando el único Alimento que puede saciarles. Ave, Verum Corpus natus de Maria Virgine!