Las lecturas de hoy tienen mucho trajín. Por un lado aparece Jonás, al que tiene que descargar del barco (por la borda), para evitar el hundimiento. Por otro lado el buen samaritano, que tiene que cargar al hombre herido en su cabalgadura, recogiéndolo del suelo. El primero intentaba huir de la voluntad de Dios, y no pudo. El segundo trataba de hacer la voluntad de Dios, y le sobraban las fuerzas, e incluso los denarios. El primero mostró su cobardía, el segundo su valor para acercarse a un hombre herido en medio de un camino sin temer a los bandidos. Uno pensó exclusivamente en sí mismo, el otro caminó hasta encontrar una posada, pensando en el hombre que se había encontrado en el camino. Uno desobedeció un mandato que Dios le había dado, el otro obedeció el mandato de la misericordia que Dios había inscrito en su corazón. El primero quiso salvar su vida, el segundo quiso salvar una vida. Uno y otro nos hablan de Dios, de Cristo, de nosotros, los cristianos.

Huir de cumplir la voluntad de Dios puede parecer fácil. Parece que muchos cristianos de hoy corren en dirección contraria a Cristo en cuanto tienen ocasión, y Dios no se enfada mandándoles enfermedades, mal de ojo o picores por todo el cuerpo. Parece que buscar el propio interés tiene recompensa, evita remordimientos y lleva a la paz interior. Jonás quería huir de Dios, el sacerdote y el levita no se harían mayor problema en su vida, seguramente el hombre herido en medio del camino no pasaría de ser una anécdota en una charla mientras comentaban la inseguridad ciudadana. Jonás acaba, a regañadientes, haciendo lo que Dios quería, los otros ni tan siquiera se dieron cuenta cuál era la voluntad de Dios respecto a ellos. Hoy también muchos cristianos cumplen la voluntad de Dios a regañadientes. A veces cuesta mucho encontrar un cristiano feliz de serlo, parece que hacen las cosas porque no les queda más remedio. Y también hay muchos que se llaman cristianos pero no quieren “complicaciones,” deciden no meterse donde -según ellos-, nadie les llama y viven “su” vida cristiana, sin preocuparse más de los demás y del mundo. Sin embargo así estamos tirando por la borda nuestra vida, la maravilla de la gracia de Dios, la ilusión del corazón que sabe dar y sabe darse.

Al buen samaritano le parecería lo más natural su gesto. Seguramente ni presumiría de ello, ni se haría grandes cábalas o deliberaciones sobre las ventajas y desventajas de su acción. Simplemente hizo lo que Dios le susurraba al corazón, y ni se daría cuenta de que era Dios quien hablaba por sus gestos.

Jesucristo es el buen samaritano. Cargó sobre sí nuestros crímenes y pecados, nos dejó en la Iglesia para que nos cuiden y nos curen, se acerca a nosotros sin miedo a lo que le venía encima. Y nosotros, somos Cristo. Los cristianos no podemos distanciarnos del mundo, ni intentar huir de él. Dios tiene un plan sobre tu vida, no puedes pretender ignorarlo o darte la vuelta. Si quieres disfrutar de la vida tendrá que decir, como María, “aquí estoy” y, con prontitud, sin demoras, hacer lo que Él quiera. Entonces descubrirás que es Él el que actúa, que hará maravillas por tus manos que jamás pensaste que verías, que serás testigo de la misericordia de Dios y, que ningún hombre te es indiferente. Que tienes un papel decisivo en transformar el mundo pues si haces lo que Dios quiere, el mundo será distinto. Aunque lo que hagas te parezca muy pequeño o sin lucimiento, será grande a los ojos de Dios.

Nuestra Madre la Virgen te lo explicará si, en vez de intentar hacer tu voluntad, buscas la voluntad de Dios en tu vida. Así que descarguemos de cada uno lo que sólo nos lleve hacia nosotros y carguémonos de la gracia de Dios.