Is 55, 6-9; Sal 144; Flp 1, 20c-24. 27a; Mt 20, 1-16
El «más allá» ha sido el permanente interrogante de todas las civilizaciones… Hasta hoy. Hoy vivimos tan ocupados en el «más acá», que apenas nos queda tiempo para pensar en lo demás. La «calidad de vida» se ha vuelto tan importante en Occidente que vivimos como si no fuéramos a morir, o como si no nos importase lo más mínimo. La muerte se ha convertido en un tabú o en un delito. En un tabú, porque nadie se atreve a llamarla por su nombre. «Ha fallecido», decimos, o, peor aún, «tal enfermedad puede tener un fatal desenlace»… Todo ello por no decir «ha muerto» o «se está muriendo».
También es un delito, porque parece que el hombre occidental muere por su culpa: «fumaba mucho», «conducía como un loco», «no se cuidó el colesterol». Para empezar, no hay que morirse. Pero, si uno se muere, es un idiota. Y, por último, si uno se va a morir, no se lo digáis. Mejor que muera como un tonto. La presencia del sacerdote en la habitación del hospital es incómoda; dejarlo entrar es como permitir la entrada al rostro de la muerte guadaña en mano: «¡No entre, padre, que me lo asusta!»
Las parábolas que hablan del cielo se nos han vuelto sumamente difíciles. ¿Cómo vamos a pensar en el cielo si no queremos pensar en la muerte? Cuando la Escritura lo nombra y no tenemos más remedio que mirarlo de frente -eso si no nos hemos dormido en el banco de la iglesia- lo encerramos en nuestras categorías mercantiles y lo vemos como un bien de consumo que debemos comprar… Y así, tras una larga vuelta de dos mil años, ya estamos situados en el mismo lugar que los fariseos. Ellos por la Ley, y nosotros por el mercado, hemos llegado a la misma conclusión: ¡Hay que ganarse el Cielo! Por eso la parábola de hoy es sumamente actual. Se trata de una ironía, cuyo punto de partida es el de toda reducción al absurdo: «supongamos que sea verdad; supongamos que el Cielo se gana con esfuerzos, a tanto el kilo»… ¡Entonces el Buen Ladrón se ha «colado» y el cura de Ars, tras tantos azotes y pruebas, tiene motivos para indignarse! Al fin y al cabo, ambos gozan ahora de la gloria, uno a cambio de un minuto y el otro a cambio de una vida entera de padecimientos… ¡Absurdo! Sí, pero la propia comparación del Cielo con un denario también lo es, como si con ello quisiera el Señor descubrir la ironía. Un denario lo gana cualquiera. Ahora bien, ¿puede un hombre merecer la Vida Eterna? ¡Absurdo! Lo que es absurdo no es Dios, sino nuestro planteamiento mercantil o los esquemas legalistas de los judíos. Ambas concepciones se estrellan ante el Rostro misericordioso de Yahweh.
Hoy vas a recibir la Eucaristía… Jamás podrías pagarla con dinero. Para hacerlo dignamente, y si no estás en gracia de Dios, te acercarás antes a recibir el perdón de tus pecados… Y si el Perdón lo recibes y la Eucaristía la recibes, ¿por qué piensas que el Cielo te lo debes ganar? ¿Se ganó María al Hijo que llevó en su vientre, o lo recibió con gozo como un don? Cuando el sacerdote te muestre la Sagrada Hostia, mírala bien… ¡He ahí tu denario! Aprende a recibir a Dios.