Flp 4,10-19; Sal 111 y Lc 16,9-15
Terminamos con la carta a los filipenses. San Pablo es un hombre agradecido en medio de sus muchos sufrimientos y necesidades. Se ha empeñado en trabajar para no ser gravoso a nadie, ganándose la vida, y esto lo tiene muy a gala, aunque, como nos dice, tendría derecho a ser entretenido por las comunidades que funda. Pero no le llega. Por eso se atreve a pedir a sus hijos queridos filipenses.
Su relación con ellos es de extremo cariño, mejor, de extrema ternura. Les faltaba hasta el presente la ocasión de demostrarle el interés que siempre habían sentido por él. ¡Ayudadme! No es que, nos dice, no sepa vivir en pobreza, como también sabe vivir en abundancia. Maravilloso: estoy entrenado para todo y en todo. Sólo hay una cosa que busca con todas sus fuerzas, la que a él, como a ti y como a mi, se nos da en Cristo: evangelizar. ¿Harturas, hambres, riquezas, privaciones? Qué más da. Muchas veces nos enumera sus desdichas y peligros. Pero ahí no está el punto central de su vida, ni de la nuestra. Lo ha pasado mal y nadie se ha preocupado de él de verdad; sólo los filipenses le han demostrado su ayuda. Su agradecimiento es emocionante. Hicisteis bien en compartir mi tribulación. Y no es la primera vez. No busca Pablo regalos, nos señala; mas busca que los intereses se acumulen en la cuenta de quienes le ayudan. Cuenta que, como todo, también esto es de Dios en Cristo Jesús. Porque esa cuenta con vuestros intereses, ¿cómo os la pagaré?, será acción de Dios hacia vosotros, proveyendo Dios a vuestras necesidades. Quien lo ha de hacer con la magnificencia de su gracia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús. Siempre, siempre “en”.
La dicha viene de quien se pone de parte del Señor. Ganaos amigos, incluso con el dinero injusto, nos dice Jesús en el evangelio de hoy, para que cuando nos falte seamos recibidos en las moradas eternas. Seamos de fiar en el injusto dinero. No podéis servir a Dios y al dinero. Es cuestión de independencia.
La dependencia de Cristo nos hace independientes de cualquier otro valor o dinero. Autosuficientes, no como ideal de independencia filosófica estoica, sino gracias a Cristo y en él. Esto es lo que nos enseña Pablo y a lo que nos exhorta.
Sin embargo, podría pensarse que estas consideraciones parece que vengan envueltas en circunloquios, pues Pablo siempre se ha mostrado fiero de su independencia económica, sobre todo en 2Co, ¿minimiza, pues, los dones recibidos de los filipenses, mostrando una cierta reticencia ante ellos? No, estamos todavía, aunque en el epílogo, en una carta que es una enorme y bellísima exhortación, y Pablo quiere hacernos comprender cómo esa generosidad es fruto del Evangelio, sacrificio agradable que merece el aliento. Les ha mostrado ejemplos en la carta, y al terminar, aceptando sus dones, Pablo quiere hacernos comprender cómo el gesto de amistad que han tendido hacia él les conforta en la dinámica en la que les ha hecho entrar el Evangelio. Por eso termina con una acción de gracias, en la que vuelve al nuestro Dios y Padre del comienzo —la lectura ha cortado el versículo 20, en donde a Dios se le llama Padre—. Cuando la generosidad, que es fruto del Evangelio, remonta a Dios en sacrificio agradable, entonces Dios es verdaderamente glorificado: el grito de alabanza no hace más que acompañarla, no la reemplaza (termina Aletti).