Leyendo a san Bernardo, que tan devoto fue de la Virgen María, he encontrado un texto que habla de María Reina y que transcribo: “¿Por qué admirarse de ver subir a María tan hermosa desde el desierto de la tierra? Más admiración debe causarnos el que Cristo bajara tan pobre desde la plenitud del reino celeste. No cabe duda es un milagro más excelente que el Hijo de Dios se hiciera inferior a los ángeles, a que la madre de Dios fuera ensalzada sobre todos ellos. Su anonadamiento se convirtió en nuestra riqueza, sus miserias son las riquezas del mundo; en una palabra, siendo rico se hizo pobre por amor nuestro para enriquecernos con su pobreza; la misma ignominia de la cruz se convirtió en gloria para los creyentes”.
Este texto me ha llamado la atención por dos motivos. El primero porque relaciona la fiesta de la Virgen con el Evangelio que hoy leemos, que es el de la Anunciación. Todos los títulos con los que honramos a la Madre de Dios van unidos al misterio de la Encarnación. De hecho, en el anuncio del ángel se habla de que Jesús heredará el trono de David. Aunque la pertenencia a la familia davídica venga por la línea de san José, es fácil aceptar que la madre de un rey sea reina. Pero, el principal motivo por el que me agrada el texto de san Bernardo es porque nos libera de un prejuicio muy extendido. Algunos temen atribuir gloria a María pensando que minimizan así la grandeza de Dios.
San Bernardo nos recuerda que todos los bienes nos llegan a través del Verbo que se ha hecho carne. El amor de Dios se nos muestra en ese admirable abajamiento. Todo se realiza para nuestra salvación. La condescendencia divina conlleva nuestra elevación. Dios se da para que el hombre pueda vivir plenamente. En esa lluvia de gracia es especialmente agraciada la Virgen María, que también está asociada de una manera muy singular al misterio redentor. Por eso san Bernardo, tan devoto de la Virgen, nos enseña a contemplarla dentro del plan de Dios. A este santo le aterrorizaba hablar de la grandeza de María porque se daba cuenta de que era mucho mayor de lo que él podía expresar. De la misma manera nos enseña a verla como un reflejo del amor de Dios.
Alegrémonos en esta fiesta. La que se reconoce como esclava del Señor es elevada a la categoría de reina y, al igual que al aceptar ser la Madre de Jesús, intervino a favor de todos nosotros, que necesitábamos un Redentor, también ahora sigue intercediendo a favor nuestro. María Reina es un signo de la victoria de Jesucristo sobre el mal y el pecado. Acojámonos a su protección para que con su ayuda también nosotros podamos vencer las tentaciones y llevar una vida agradable en todo a Dios. Al igual que María se hizo servidora del Señor hagámonos nosotros, como expresaba el lema de Juan Pablo II, siervos de María. Así aprenderemos a gustar el amor de Dios y a descubrir que nuestra felicidad reside en cumplir en todo la voluntad de Dios.