1Cor 1,17-25; Sal 32; Mt 25,1-13
Esas palabras, tan duras, son de una parábola, por tanto, metafóricas, pero ahí quedan. No sea que se nos olvide la seriedad del seguimiento de Jesús. Una seriedad que se da en la alegría., en la llegada del novio en la boda. No para que estemos siempre con caras largas, mustios y tristes. Al contrario, para que vivamos la alegría de estar siempre con el Señor, pues él es nuestra compañía en el ser en-esperanza en el que vivimos. Nuestra vida estará con él en su espera. Nunca hemos de vivir en el sueño del desánimo. Siempre en la alegría de su llegada. Y ¿cuándo llegará a nosotros y lo tocaremos con nuestros dedos? No podemos olvidar que ya se ha allegado a nosotros, aunque creamos no verle junto a nosotros: nos ha hecho el don de su pan bajado del cielo, su cuerpo y si sangre, su carne eucarística. ¿Que no lo sentimos, pues todo en nuestra vida parece haber quedado en le penumbra de lo difuso, sin que sintamos sentimientos de amor? En mitad de la larga espera de la noche, no vivimos de sentimientos, no sentimos sentimientos, sino que somos vírgenes en-esperanza, que esperamos la llegada donante del Señor. Viviremos en el amor a sus preceptos que el nos dona y en la esperanza de sus promesas, para que de este modo, como tan bellamente nos lo dice la oración colecta, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. La cual, por tanto, no nos viene dado por efluvios de sentimentalidad, sino en el deseo con que el mismo Dios, nuestro Padre, inspira el amor a sus preceptos. Preceptos de amor, de esperanza, de fe en la acción de Dios para con nosotros; nunca preceptos de mera legalidad, ya lo sabemos. Pues la misericordia del Señor llena la tierra, y a nosotros con ella. Cuando sea así, al llegar el novio en mitad de la noche, nos ha de reconocer como preparados para entrar en el banquete de bodas.
Y ¿cómo viviremos en-esperanza? Anunciando el evangelio de la salvación, ¿A quién?, pues nuestra vida es tan pequeña… Lo acabas de decir, a esos que constituyen la circunferencia de tu misma vida. A quien contigo vives en una sola carne. Al fruto carnal de esa coyunda. A los hijos de tus hijos. A tus padres. A los que te rodean. A aquellos con quienes trabajas. A quienes forman parte de tu vida de amistad. A los que encuentras episódicamente. Y un largo etcétera que tú conoces bien. ¿Círculo pequeño, dices? Míralo de cerca y verás que no lo es tanto. Además, la influencia en ese círculo puede crecer como la mancha de aceite de la alegría. No te menosprecies, pues el Señor está contigo y te sostiene. Incluso en la obscuridad de la noche en la que pareces esperar la nada. Vive siempre en-esperanza. A ella llegarás por tu fe en Cristo Jesús; fe que recibirás como un don del Padre. Sonríe con la dicha del amor. ¿Porque este azuza tus sentimientos, quizá tus sentimentalidades? No. Quizá, como tantos santos, vivirás en la negrura de una noche obscura; pero no temas, porque el Señor está siempre contigo. Vive de tu fe. Vive en el amor caritativo.
¿Eres apenas nadie, dices? Es verdad. Pablo lo sabía. No encontraba en él y en los suyos al sabio, al hinchado, al sofista, al sabelotodo. Nuestra fuerza es de Dios; es él quien ha querido valerse de nuestra pequeñez para salvar a los creyentes.