En el nuevo templo hemos puesto cuatro confesionarios, y aún nos falta alguno en la cripta. Aunque como siempre faltan remates tres ya están plenamente operativos y algunos domingos en los tres hay confesores. Algunos, hijos de la descreencia, dicen que son mucho o que si hay tantos pecadores en la parroquia. Suelen ser sacerdotes que les da pereza sentarse a confesar o que han ido cayendo en la apatía. La verdad es que es una alegría el que en el confesionario ya no te dé tiempo a rezar el breviario o tengas que cortar a los penitentes para ir a celebrar la Misa. Confesar es cansado, pero más que escuchar las penas y pecados de los otros como si de un burro de carga te tratases, se trata de repartir misericordia y dar ánimo a los que están cansados y agobiados acercándolos a Cristo.

“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -«Si quieres, puedes limpiarme.»  Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: -«Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio”. El Señor no le echa al leproso un sermón sobre la necesidad de la limpieza y los peligros de contagio. Simplemente derrama misericordia sobre aquel que confía en el poder de Dios. Es lo que se hace en la confesión, recibir misericordia, confiar en Dios, renovarse. Los que se ríen de la confesión suelen ser los cansados que sólo saben descansar en sí mismos y en sus propias fuerzas y, por lo tanto, acaban más cansados que antes.

“¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo. Animaos, por el contrario, los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy», para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado. En efecto, somos partícipes de Cristo, si conservamos firme hasta el final la actitud del principio”. Dar ánimos siempre es necesario y más en estas épocas de crisis y desesperación de muchos. Si no conseguimos que del confesionario se salga con una sonrisa, con ánimo para comerse el mundo, renovados en el Espíritu, es que no hemos ejercido bien nuestro papel de mediadores de la Gracia, aunque Dios haya perdonado esos pecados. Animémonos unos a otros a acudir al sacramento de la reconciliación, de la paz y de la alegría. Puede parecer que cuesta, pero es mucho más pesado el llevar la carga de la lepra en nuestra vida. Que los sacerdotes confiesen y se confiesen. Que los laicos se animen unos a otros a recurrir a este estupendo sacramento del ánimo y la fortaleza.

La Virgen María mira con una sonrisa el alma que se libera de sus ataduras y pecados  y mueve los corazones a acercarse al tribunal de la gracia. Cuando queramos que alguien se confiese o queramos hacer una buena confesión acudamos a ella para que nos guíe en el examen de nuestra conciencia, en el dolor de los pecados, nos dé espíritu de enmienda y sinceridad en nuestros labios.

En cuanto tengamos calefacción ampliaremos el horario de confesiones en nuestra parroquia, animaros a que en vuestras parroquias pueda haber disponibilidad real para acercarse a la fuente de la gracia y de la misericordia, y así la parroquia será verdaderamente apostólica, “divulgando el hecho con grandes ponderaciones.”