Ayer estuve en los centros de reclusión de menores. Tengo pocos chavales con los que hablar, pero poco a poco se van animando. Ayer hablé con dos nuevos, que –gracias a Dios-, se toman su reclusión como una oportunidad de cambiar. He visto a otros muchos que se rebelan y se enfadan, tomándose todo a mal hasta que aceptan el que no tienen más remedio que permanecer allí (o esperar la oportunidad de fugarse). Los segundos sufren mucho, los primeros también lo pasan mal, pero lo sobrellevan mejor y se les hace más corta la estancia. Alguno llamaría a los primeros los “resignados,” pero no es así. Un resignado sería aquel que se toma el tiempo de reclusión como una “mala suerte” que tiene que pasar y aguanta lo que vaya viniendo. A los que yo me refiero en el primer grupo son aquellos que descubren la vida –con sus dificultades-, como una oportunidad. Los primeros pueden ser los “indignados” (que no se me enfade nadie), que procuran destruir todo lo que tienen alrededor, tal vez para construir, pero sobre las cenizas.
“Abrahán madrugó y se dirigió al sitio donde había estado con el Señor. Miró en dirección de Sodoma y Gomorra, toda la extensión de la vega, y vio humo que subía del suelo, como el humo de un horno.” En ocasiones podemos pensar que la mejor solución para los problemas es hacer como Dios con Sodoma y Gomorra, no dejar piedra sobre piedra. “Borrón y cuenta nueva” piensan muchos. Destrozo mi matrimonio, mi amistad con esta persona, este proyecto que he puesto en marcha, esta situación que me incomoda…, y a comenzar de cero. Muchas veces de cero y solos. Nos enfadamos con el mundo y destrozamos todo lo que hay a nuestro alrededor. En la Iglesia muchas veces pensamos que lo que hay que hacer es cambiar al Obispo (algunos querrían cambiar la Papa), al párroco, suspender “a divinis” a unos, echar a otros y si nos dejasen haríamos una hoguera con los carcas o con los progres o con los entreverados.
“-«¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo:
-«¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.”
Si en tiempos de Abrahán el pecado no tenía más solución que acogerse a pedir la misericordia de Dios, con Cristo la misericordia de Dios nos ha visitado a nosotros. Ya podemos estar en la situación más complicada, pensar que perecemos o que allí no hay nada bueno. El cristiano sabe que está acompañado de Cristo, luego no tiene nada que temer. La tempestad no nos hará daño. Las circunstancias pueden ser mejores o peores, pero cuando estamos con Cristo sabemos que nuestra vida, aunque esté oculta, humillada, escondida y parezca infructuosa, si la miramos con los ojos de la fe, dará el fruto que Dios quiere. Hay que ser valientes para pedirle a Dios esa actitud positiva, incluso en los tiempos de crisis.
María tiene esa valentía de los que están con Cristo, de los que no huyen ni rehúyen los problemas, sino que los afrontan desde Cristo. Las tempestades pasarán y veremos las maravillas que Dios ha hecho. Sed fuertes, no temáis.