Estoy metido en el confesionario. La primera de las dos horas y cuarto que confesamos por la tarde en la parroquia suele ser tranquila y da más tiempo para rezar ya trabajar algo, leer un libro y hoy escribir el comentario. El confesionario es un lugar curioso. A mi entender lo entretenido del confesionario no es lo que los demás vienen a contarte – realmente vienen a contárselo al Señor-, ni tampoco lo que. Uno diga que suele ser bastante. Insulso. Lo realmente entretenido es descubrir cómo la misericordia de Dios llega a cada persona. El cómo Dios ha ido llevando, por muy diversos caminos, a cada uno a acercarse a la misericordia de Dios. Los hay de confesión frecuente, que miran los detalles de su vida desde Dios y van afinando su alma. Otros llegan por un gran acontecimiento en su vida, sea un sacramento que se va a celebrar, alguna defunción u otro sucedido. Otros llegan por escuchar la predicación, otros hastiados de una vida en pecado, algunos porque han visto al sacerdote en el confesionario y se les ha removido algo en el alma. Aquel porque ha visto confesar se a uno antes, este otro porque se lo ha propuesto un amigo…., los caminos de Dios son muchos y en ocasiones tiene que llamar muchas veces a la puerta de nuestro corazón.
«¡Animo, hijo!, tus pecados están perdonados.»  El sacramento de la confesión no es un momento para sufrir, pasar vergüenza o justificarnos. Es momento de sacar ánimo en medio del desánimo, de la desesperanza o de la tristeza. Cristo, a quien tienes delante cuando el sacerdote te da la absolución, es el Hijo entregado por cada uno de nosotros. No fue suplantado por nada ni por nadie. Por ello no hay nada que hoy te impida poner tu vida en el sacramento de la Reconciliación y recibir el ánimo, el perdón y la misericordia. Hoy puede ser el día en que todas esas losas que llevas encima se rompan y se conviertan en pequeñas motas de polvo que Dios sacude de nuestros hombros. La muerte del Hijo de Dios y su resurrección por cada uno de nosotros es el cambio de la nada por el infinito, del vacío por la plenitud del amor, de la tristeza a la alegría más completa que puedas imaginar.
No dejes que Cristo pase hoy a tu lado sin enterarte. Pídele a la Virgen que te muestre el rostro del cordero inocente que cargó con nuestras culpas.