Al leer el Evangelio de hoy, instantáneamente, me ha venido a la cabeza cuando hace unos años se bautizó una chica que tenía 18 años. El padre de una de la muchacha que se incorporaba a la Iglesia le dijo: “Prefería cuando estabas a punto de ser drogadicta que no ahora que estás a punto de ser cristiana”. Actitudes como esa, aunque quizás no tan radicales, las he vivido en otros momentos. Chicos y chicas que se preparan para la confirmación y que, como se lo toman en serio, en su casa hacen mofa. Es algo frecuente que cuando un cristiano empieza a vivir radicalmente su condición lo acusan de pertenecer a una secta. Esas acusaciones no vienen solo de los lejanos. Como indica Jesús, “los enemigos de cada uno serán los de su propia casa”.
Supongo que a muchos les gustaría suprimir estos versículos del evangelio. ¿Qué significa que el Señor no ha venido a la tierra a sembrar paz sino espada? Sin duda que el Evangelio no es ese bálsamo que pretenden algunos en el que se abrazarían todas las opciones buscando la concordia por encima de todo. No faltan líderes que postulan la paz al precio de la verdad. Pero hay un hecho, la verdad hiere, nos hiere en lo más profundo. Y la Verdad es Cristo.
Lewis decía que si le pides a Dios que construya tu casa lo primero que hará será levantar los suelos, tirar los tabiques, desentejar, arrancar tuberías… Una vez hecho empezaría su obra. Y la casa que edifica el Espíritu Santo en cada uno de nosotros es la paz. Pero primero hay que derribar lo que estorba, el antiguo edificio. Cuando Dios empieza su obra, en nosotros o en personas cercanas, nos asustamos. Los místicos hablan de la purificación del alma, que denominan noche oscura. Esa noche oscura puede ser en los afectos interiores, pero también en la dificultad para vivir la propia fe aún entre los más cercanos. Ciertamente no siempre es así, aunque se dan casos. En ese proceso aprendemos a poner por encima de todo a Dios. No es que el Señor nos aparte de nuestros seres queridos. ¿Cómo va a ir en contra de unas inclinaciones que Él mismo ha puesto en nuestra naturaleza? Lo que hace es ordenar nuestro amor para que queramos a todos según su amor. Y, es justo reconocerlo, de Dios no sólo nos apartan las riquezas o el afán de gloria, sino que también puede hacerlo un amor desordenado a los más próximos. Eso es lo que narra una novela francesa del siglo XIX titulada Un cura casado. En ella un sacerdote secularizado finge retornar a la Iglesia para hacer feliz a su hija que se lo ha ofrecido todo a Dios por la conversión de su padre. Pero cuando la hija muere aquel hombre se rebela del todo contra Dios. Amaba desordenadamente.
Que la Virgen María, cuya alma fue traspasada por una espada de doble filo, nos ayude a amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás hombres según su voluntad.