En la primera lectura Dios anuncia que suscitará un profeta. En este anuncio que puede referirse a todos los profetas que se sucedieron en la historia de Israel se ha visto también un anuncio de Jesucristo. El mismo dice a los judíos que Moisés habló de él, y Esteban y Pedro lo designan con el nombre de Profeta. Cristo, a diferencia de los profetas del Antiguo Testamento no habla con una autoridad delegada, sino propia. De ahí la sorpresa de quienes les escuchaban y también que el hombre poseído por el espíritu inmundo le increpe directamente y también sea acallado y expulsado con la sola palabra de Cristo.
El evangelio muestra lo que la Persona de Cristo, en la que la enseñanza es inseparable de la vida, suscita a cuantos se acercan. Cristo enseña de una manera nueva porque todo lo que dice está en relación con su persona. Von Balthasar se ha referido al radicalismo de Cristo, que opone al rigorismo de los fariseos. Estos, bajo la pretensión de dominar las enseñanzas de Dios, imponían a los demás y a sí mismos, normas muy estrictas. Jesús no hace eso. Por el contrario coloca a cada hombre ante la verdad de sí mismo. De manera que, en su seguimiento, todas las prácticas y normas lo que hacen es esclarecer al hombre a la luz de Dios. Porque el Señor habla con autoridad y eso es nuevo. Ante Cristo no cabe plantearse que quizás no ha entendido bien el mensaje que trasmite ni hay que esperar que venga otro para confirmarlo. La autoridad se fundamenta en la verdad y se transforma la vida de quienes acogen sus enseñanzas.
Benedicta Daiber inició en Chile unos cursillos bíblicos en zonas con poca práctica religiosa. En seguida comprobó que había muchas conversiones y ella lo explicaba así: “todos los que se han decidido a estudiar de verdad la Palabra de Dios, con el sincero deseo de ponerla en práctica, han experimentado su eficacia maravillosa. Sólo han quedado al margen aquellos que únicamente por curiosidad intelectual han querido discutir algunas cuestiones, pero sin interés por aplicar la Palabra de Dios a la vida”.
De hecho, el hombre poseído, aunque sea el espíritu quien hable a través suyo, reacciona descubriendo que la autoridad de Cristo exige una toma de posición. Es más radical que quienes empiezan a interrogarse por lo sucedido intentando encontrar una explicación, ¿qué es esto?, pero dejando su vida al margen.
En la oración, en la liturgia, en la vida espiritual, hemos de procurar colocarnos ante Cristo dejando que nos afecte. La autoridad con la que habla indica también que Cristo se da enteramente. Su manifestación más plena será en la cruz, cuando rechace a quienes le invitaban a bajarse para probar su divinidad. Podría haberlo hecho y mostrado su poder, pero permaneciendo en el sufrimiento, dio el testimonio de la autoridad, de la verdad ante la que no podemos permanecer indiferentes.
En el salmo rezamos: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!;/ No endurezcáis el corazón…”. Jesucristo nos habla hoy, pero para poder escucharle es preciso ablandar el corazón. Una forma de dureza no siempre fácil de erradicar es el deseo de comprenderlo todo y e no reducir nuestra mente y nuestras ideas a las enseñanzas de otro. Ante Cristo hemos de pedir simplicidad para poder comprender sus enseñanzas y que ellas transformen nuestra vida.
Señor dame la gracia de ser puro y sencillo como las plantitas que crecen junto al arrollo. Ahí permanezco hasta que Tú lo quieras, contemplando tu Inmensidad.
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