En las lecturas de hoy domingo se manifiesta la novedad de la persona de Jesús.

Para el pueblo judío una persona leprosa era considerada impura y quedaba excluida de la vida y de la comunidad con los demás: “Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.”

En el Evangelio se ve la forma que tiene Jesús de tratar la misma situación, la realidad de tantos leprosos en su tiempo, a través del encuentro con un leproso.
Lo primero que llama la atención de este encuentro es que Jesús toca al leproso. Seguramente por los conocimientos médicos de aquella época se pensaba que la lepra era una enfermedad contagiosa por contacto físico. Pero Jesús no teme tocarle ni quedar contagiado.
Después le cura de su lepra.
Esta actitud frente al leproso fue una revolución en su tiempo. Hay personas como Damián de Molokai o Francisco de Asís que repitieron este gesto de Jesús con sus vidas.
San Agustín comenta este Evangelio comparando la lepra con la falta de amor en el mundo. Incluso refuerza que ésta es la lepra más peligrosa y que a más personas daña. Después hace referencia a la dinámica de amor de Dios con el hombre, donde éste no solo se llega a hacer un hombre como los demás sino que además, al morir y resucitar, nos injerta dentro de sí mismo y nos hace su mismo cuerpo. “Somos el cuerpo de Cristo” nos llegará a decir San Pablo. Al hacernos su cuerpo Cristo asume también nuestras dolencias y “nuestras lepras” de falta de amos en nuestras vidas y corazones. Por ello habla San Agustín de que la humanidad es un gran leproso; es Cristo mismo hecho leproso por asumir la falta de amor que hay en ella.

Muchas veces esas situaciones familiares donde falta amor, esos ambientes de trabajo que están corrompidos por intereses personales o por competitividad, esas relaciones donde falta que alguien de el primer paso, etc. nos son un peso enorme. ¡Qué distinta puede llegar a ser una situación si descubrimos a Cristo mismo detrás de ella diciéndonos: «Si quieres, puedes limpiarme.»! Aquel que nos quiere tan gratuitamente, que nos ha dado la vida, que nos perdona una y mil veces, que ha dado hasta la vida por nosotros es el mismo que nos suplica detrás de la situaciones donde falta el amor. Como dijo Juan Pablo II en “Dives in misericordia” es Cristo mismo quien se hace mendigo de nuestro perdón en la vida de nuestros hermanos. El descubrir a Cristo detrás de las situaciones concretas de nuestra vida puede sacar una creatividad y un amor nuevos en nosotros que no sospechábamos ni tener.