Imponer la ceniza en el hospital es una gran experiencia, también imponerla a una parroquia llena de niños, pero la ceniza a los que están en la cama, viviendo su debilidad y escuchar que son polvo y al polvo han de volver, es una gran experiencia. Cuando la debilidad no es una idea o un “suponer”, sino que el peso de los años y de la enfermedad te tienen postrado en la cama de un hospital o en una silla de ruedas, la ceniza dice mucho más de lo que podemos imaginar. Algún hombrón se me ha puesto a llorar al recibir la ceniza…, tal vez muchos años sin que se la impusieran.

«El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?» Es muy fácil decirlo, Jesús lo puede decir pues antes ha afirmado: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.» Pero, tú y yo ¿podemos decir esa frase de verdad, de todo corazón? Está muy bien hablar de la cruz mientras la vemos de lejos, pero cuando nos toca cargar con ella ¡cómo nos quejamos! ¿Cuántas veces no nos conformamos con lo que tenemos ahora e imaginamos tener más dinero, más poder, más influencia? Y, en la cumbre de nuestra imaginación, nos olvidamos del Señor y de los que Dios ha puesto en nuestro entorno y elegimos la muerte y el mal de nuestra alma. Por ganar el mundo muchos no dudan en seguir el consejo de los impíos, entrar por la senda de los pecadores y sentarse en la reunión de los cínicos, olvidándose de meditar día y noche la ley del Señor. Dicen que el poder corrompe, pero lo cierto es que muchos se corrompen para llegar al poder y llegan a él ya putrefactos. Cuando manda un santo se nota pues no quiere ganar el mundo sino servir al mundo según el modelo de Jesucristo.

Hemos dado el primer paso de la Cuaresma. Comenzamos a prepararnos para la Pascua donde proclamaremos que en Cristo resucitado somos sacerdotes, profetas y reyes. Lo podremos decir como unos dictadores o empezar a servir como Cristo sirve, empezar a entregarnos como Cristo se entrega, empezar a ser auténticamente cristianos. Tal vez esperamos a llegar a la meta, pero un camino se comienza cuando se da el primer paso. Comenzar a examinar en nuestra vida esos pedadillos de soberbia, de carácter irascible, de autosuficiencia, de un corazón estrecho y pequeño es un primer paso. Tal vez nos encontremos con nuestra debilidad, nuestra voluntad está postrada en la cama hace mucho tiempo y nos parece débil y sin fuerza. Pues ponte el traje de la ceniza y dile al Señor: ¡Señor, yo no puedo solo…, pero contigo puedo! Pide al Espíritu Santo que te cambie el carácter y te de un corazón nuevo. Entonces, a pesar de tu debilidad abrazarás la cruz y seguirás los pasos de aquel que va por delante: Jesús, el Señor.

María siempre sigue los pasos de Cristo, aún por la vía dolorosa. Agárrate de su mano y continúa caminando hacia la Pascua.