Qué importante es generar confianza en los demás. En todos los ámbitos. Tenemos tanto miedo de que nos den el cambiazo y que nos timen, que nos agarramos a la seguridad humana de un recibo, de un resguardo, de un justificante y de un comprobante, aunque hayamos comprado una simple barra de pan. En realidad no es para menos, porque no sé si podría encontrarse alguien en el planeta a quien no le hayan timado alguna vez, aunque sea en las cosas más nimias y pequeñas. Parece como si la desconfianza se hubiera convertido en una medida de prevención social, necesaria para sobrevivir en el día a día. Y hasta puede sonar feo predicar en clave evangélica eso de la gratuidad y la generosidad, porque detrás de las gangas siempre suele haber gato encerrado.

A juzgar por las lecturas de hoy, los ninivitas debían de ser unos sinvergüenzas de tomo y lomo. Cómo sería aquella sociedad ninivita que hasta el nombre de Nínive ha pasado a la historia como prototipo de toda inmoralidad. Por eso, la conversión de los ninivitas debió de salir en todos los titulares del momento, como la gran noticia del siglo, de esas que se anuncian en un banner como urgente y de última hora. Y se convirtieron sin pedir signos, es decir, sin pedir a Dios un recibo o un justificante de todo aquello que dejaron atrás. Se convirtieron sin resguardos, fiados de la palabra de Jonás, sin miedo a perder todas sus viejas costumbres de pecado. Se arriesgaron mucho, porque si la conversión no les merecía la pena, no podían reclamar a Dios una indemnización por daños y perjuicios. Los ninivitas creyeron en Jonás, verdadero signo de Dios, y a través de él, se fiaron del Señor.

Esta conversión en cierto modo modélica de los ninivitas le sirve al Señor para ponerla de ejemplo a las gentes que escuchaban su predicación. Los ninivitas no tuvieron más signo que Jonás; en cambio esta generación perversa tiene delante un signo mayor que el de Jonás y sigue pidiendo signos, justificantes, recibos y resguardos. ¿Es posible que los ninivitas se fiaran de Jonás y nuestra generación perversa no se fíe de Cristo, un signo mucho mayor que Jonás e incluso que Salomón? ¿No seremos nosotros cristianos de esa generación incrédula y desconfiada que andamos pidiendo signos y portentos extraordinarios para comenzar a convertirnos? Con lo fácil que lo tiene Dios: si hiciera más milagritos y utilizara más su chistera, seguro que toda la gente se convertiría en masa, como los ninivitas. Y a mí, que voy a Misa, que rezo a diario, que creo en Dios y todas esas cosas, ¿no podría Dios hacerme un milagrito de vez en cuando, así creería más? Es más, puesto a hacer milagritos, primero a los que tenemos más derecho, es decir, a los que cumplimos fielmente con nuestros deberes religiosos ¿no?

Nuestro primer paso de conversión tiene que darse en la confianza. Corremos el peligro de no fiarnos de Dios y utilizar la desconfianza como medida de prevención espiritual. Fiarse de Dios por amor, sin ningún agarradero humano, sin seguridades ni siquiera espirituales, es de valientes en la fe. Como lo fueron, en realidad, aquellos ninivitas que quemaron las naves y no se agarraron al resguardo y al recibo de su vida pasada. No digas nunca: hasta que el otro no se convierta, yo no empiezo; hasta que el otro no cambie, yo no cambio. Estás llamado a ser signo para muchos ninivitas que pululan alrededor tuyo y que incluso se sientan contigo los domingos, en el mismo banco de tu parroquia. Comencemos por convertir ese ninivita que todos llevamos dentro porque, de lo contrario, puestos a ser signo para los demás, no llegaremos ni a la altura de la sandalia del pobre Jonás.