hqdefaultCuando el Señor reúne a los suyos para que le cuenten lo que dice la gente de Él, no lo hace por esa curiosidad imane que tenemos muchas veces por saber qué se cuenta de mí. Esa curiosidad es fruto de la inseguridad. El Señor bien sabe que sólo darían con su personalidad quienes le conocieran de cerca. Para la gente, para la masa acrítica que ve y juzga someramente, Cristo era un mero objeto de atracción, un hombre extraordinario que cuenta maravillas y que tiene cierta habilidad para ser como los antiguos profetas, que acompañaban su perorata con señales visibles.

Aquel día, el Maestro rompe el hielo de una conversación que busca un destino más hondo. «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Hombre, ya llevaban tiempo a su lado, comían y bebían con Él, y era hora de hacerse una composición de lugar. Puede que en la época de ligereza que vivimos, nos ocurra que aún no tenemos una estructura existencial, una forma de estar en el mundo, que no distinguimos un instante de placer y mucho disfrute, con una experiencia vocacional capaz de cambiar una vida.

Me decía hace poco un sacerdote de Ruanda que su máxima preocupación para África no era simplemente la alfabetización. Porque uno puede leer y escribir, pero no tener conciencia de que el texto entre las manos es el pasquín de un tirano. Me decía, «el africano no sólo necesita una universidad, sino una mentalidad capaz de asociar experiencias y reconducirlas en provecho de su país». El Señor quería que los suyos no se fijaran en que era «un hombre fuera de lo común«, para eso ya tenía a los oyentes habituales de sus discursos. Él quería saber si los suyos habían hecho una «síntesis del corazón», si habían olfateado su divinidad, que Él era de quién hablaba el rey David, al que se referían los profetas, el Salvador, que las entrañas del Padre eran su origen.

Hoy no puedes dejar escapar el día sin ser sincero contigo mismo y buscar tu propio dibujo del Maestro. Hazlo a carboncillo, pero fíjate en los rasgos que pones. No sé cuántos años hace que eres cristiano, pero ya es tiempo de decirle: «Tú eres…«