“Hasta el viento y el agua le obedecen”. Cuando los fenómenos meteorológicos son adversos, se ha tenido la costumbre desde tiempo inmemorial de sacar a los santos en procesión o de hacer alguna oración especial. Sin ir más lejos, el Misal Romano contempla varias misas para celebrar “en diversas circunstancias públicas”: en tiempo de terremoto; para pedir la lluvia; para pedir el buen tiempo; para alejar las tempestades.

La idea de estas misas propias seguro que está tomada de la escena del evangelio de hoy. Los temporales en el mar, a decir de los expertos, son una gran cura de humildad: la fuerza y el poder del hombre desaparecen ante la terrible fuerza de la naturaleza. Es cierto que Jesús y los discípulos no se encontraban en el Atlántico, sino en el mar de Galilea. Pero mar, al fin y al cabo.

Cristo hizo muchos milagros, pero el control de las fuerzas de la naturaleza es el más extenso si tenemos en cuenta la masa de naturaleza afectada (milagro entendido como la alteración de las leyes de la naturaleza): no es lo mismo curar una pierna, unos ojos, multiplicar unos peces… que parar un vendaval y dejar el mar tranquilo.

La intervención de Cristo no hace referencia al pecado, sino que el milagro hace de salvavidas. Los desastres naturales son muchas veces considerados como castigos de Dios. La primera lectura del profeta Amós, junto a otros muchos textos de la Escritura, lo atestiguan.

En cambio, también puede manifestar un camino de humildad hacia Dios: tanto para pedir con humildad un don que necesitamos y al que no llegamos por nuestra fuerzas, como para rogar a Dios las fuerzas y la fe necesaria para hacer frente a unos desastres naturales que tarde o temprano nos afectan a todos.

Los terremotos, tsunamis, sequías, además de terribles manifestaciones de la naturaleza —que nos pone en nuestro sitio—, son también un momento de luz en que se manifiesta la generosidad y la caridad de la ayuda que llega de mil maneras a quienes han sufrido esos fenómenos. En el mal no sólo hay mal.

En el vendaval de hoy que quiere cobrarse la vida de los pescadores encontramos una manifestación del poder de Dios, Creador del Cielo y de la tierra.