El cuerpo está de moda. Entre las pócimas máginas que rejuvenecen las arrugas, las dietas milagro que nos permiten adelgazar sin dejar de comer, las top model que nos dan envidia con su cuerpo diez, los suplementos y complementos alimenticios que nos hacen mantener la salud, los ejercicios que hay que hacer a diario para mantener el músculo tonificado, etc… nos traen de cabeza con eso de tener un cuerpo a la última moda. Y luego todo lo que rodeael cuerpo: que si la moda, que si la estética, que si el sexo, que si la salud, que si la alimentación sana, que si las energías positivas… En fin, que solo con hacer caso de todo lo que nos recomiendan para estar bien no nos da el día, con sus noches, para cumplir con todos los protocolos. Y luego resulta que, cuando nadie se lo espera ni imagina, viene un bichito microscópico y nos arruina el trabajo conseguido durante años de esfuerzo y fidelidad a esas recetas mágicas del cuerpo diez. No digo yo que no haya que cuidarse; pero lo de idealizar y hasta divinizar el cuerpo… ¡eso ya es otra cosa!

Lo que tampoco me cuadra es por qué no nos preocupamos por tener un alma diez. Bastaría, por ejemplo, con rejuvenecer las arrugas interiores con algún que otro ratito de oración, con hacer alguna dieta milagro de esas de que privan de nuestro orgullo, soberbia, vanidad, etc, con tomar de vez en cuando algún que otro suplemento alimenticio que esos que aportan al alma todos los nutrientes básicos y necesarios para tener buena salud, con hacer más ejercicio espiritual, porque para eso no hay que apuntarse a ningún gimnasio. Y no hace falta llegar a ser una celebrity, o un influencer espiritual; basta cuidar un poco la propia vida cristiana, alimentarla, sanearla de vez en cuando, y formarla, aunque solo sea por eso de tener un poco de cultura religiosa general. Es decir, se nos olvida que tenemos alma, y que en nuestra alma habita Dios, al que no hacemos ni caso, porque tenemos muchos protocolos que cumplir para tener un cuerpo diez.

Pero, el Señor en el Evangelio de hoy es muy muy clarito: “¿De qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?”. Es decir, cuidado con poner el corazón en las propios ambiciones, esas que nos contagia el espíritu mundano y que engordan nuestro yo hasta el extremo del sobrepeso. Cuando pase la figura y la apariencia de este mundo, ¿de qué nos servirá presentarnos ante el Juez de la historia con un cuerpo diez, si tenemos el alma hecha una pena?. Porque, esta vida no es la vida. También lo dice muy clarito el Señor: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”. Quien no ha entregado su vida al Señor no sabe lo que es ganar y encontrar la vida.
Y quien anda solo preocupado de sobrevivir a esta vida, que no es la vida, tampoco sabe lo que es vivir de verdad. Se pierde lo mejor, aunque no triunfe en el mundo de Hollywood, o no salga en las revistas como top model del momento. Qué facil es llegar a acostumbrarse a esa doble y falsa vida, en la que ponemos una vela a Dios y otra al demonio, un poquito de Dios y un poquito de mundo, por eso de que hoy en día no hay que ser tan exagerados, sino tolerantes y dialogantes. Vivimos tan agarrados a las miserias del presente que pocas veces recordamos que “el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta”. Pues eso: que siempre es buen momento para recuperar el alma y encontrar la vida, no sea que venga el Hijo del hombre y nos pille haciendo bicicleta estática en el gimnasio, por eso del cuerpo diez.