Hoy es el día del santo que se alimentaba de saltamontes y miel silvestre, pero no te equivoques, no era un excéntrico. Juan Bautista, el primo del Señor, vino de telonero del Hijo de Dios y lo hizo bien, con esa palabra que perfila espléndidamente a los amigos de Dios: con santidad. No creas que es poco lo que podemos aprender de él, aunque su imagen nos recuerde más a los primeros eremitas del desierto que a los amigos de Dios que viven en el corazón de una ciudad poblada de rascacielos.

Desde luego su vida era una vida en Dios, y esto nos tiene que dar un aldabonazo en el pericardio a los que andamos “divertidos en varios cuidados y pensamientos, lejos de amar con verdad”, los que vivimos“despiertos al desasosiego de esta vida” (Fray Luis de León) . El ser humano intuye que vino a este mundo con una enciomienda, una encomienda vocacional, algo redondo para alcanzar una realización personal. No parece que hayamos venido al mundo para ejercer la glotonería, me refiero a glotonería en sentido amplio, a quedarnos satisfechos con saturar los propios sentidos, a llenarnos la barriga, a buscar la tibieza, a tirar para lo propio en todas las elecciones. Ni siquiera tener salud nos vale, porque cuando uno goza de buena salud se queda a medias, “¿y ahora qué hago con la salud?, ¿hacia dónde tiro?”.

Todos llevamos impresa una vocación de más allá, de entrega, de ponernos a disposición de los demás. Somos un poco como Juan Bautista, que allanaba el terreno a sus seguidores para facilitarles el acceso al Mesías. Eso hace justamente la madre de familia, regala a su hijo el equipamiento afectivo necesario para afrontar su futuro emocional. Toda madre es una “facilitadora” de elecciones futuras. También los voluntarios que se acercan a ver al enfermo que se duele en su cama de hospital, alivian su mal trago, dejándole conversaciones y distracción. Todos deberíamos visibilizar nuestra vocación de teloneros de nuestro Señor. Somos los que ponemos fácil el acceso del otro al corazón del Maestro, para que cuando se queden solos piensen, ¿de dónde les viene a Jaime, a Teresa, a Alfredo esa serenidad, esa especie de tiempo detenido que son capaces de dilapidar sin prisas? Juan Bautista no tenía más prisa que la del enamorado de las almas humanas que se pierden el amor más grande.

Piensa por un momento cuantas veces pretendes suplantar al Maestro cuando sólo eres su telonero. Alivia al que te pide ayuda, ponle cerca del sagrario, déjale enamorado de la eucaristía, y el Señor te recompensará con recompensa divina.