31/5/2018 – La Visitación de la Virgen María

Dice San Juan Pablo II en su encíclica mariana (Redemptoris Mater, nº 11, 27), que “María permanece así ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable o inviolable de la elección por parte de Dios (…) Esta elección es más fuerte que toda la experiencia del mal y del pecado, de toda aquella enemistad con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta historia María sigue siendo una señal de esperanza segura” (…) Todos aquellos que, a lo largo de las generaciones, aceptando el testimonio apostólico de la Iglesia participan de aquella misteriosa herencia, en cierto sentido participan de la fe de María (…), y no sólo se dirigen con veneración y recurren con confianza a María como a su madre, sino que buscan en su fe el sostén para su propia fe”.

Pero la fe de María no es una fe pasiva, sino una fe forjada y vivida desde una doble respuesta: actuar y esperar: Ella actúa, haciendo sencillamente la voluntad de Dios cuando esta se manifiesta: Tanto la voluntad de Dios común a la que todos estamos llamados (cumplir los mandamientos, convertir en habitos las virtudes, vivr los consejos evangélicos, etc…); como la voluntad de Dios imprevista (Visitación, Bodas de Cana, etc…); como la vountad de Dios vocacional (la divina aventura de la vida, únida, distinta y singular). Y ella espera, es decir, hace también la voluntad de Dios, cuando permanece paciente a la espera que esta voluntad se manifieste, como hizo durante treinta años en Nazaret.

Nadie, pues, mejor que ella, para saber qué, cuándo y cómo podemos y debemos hacer lo que, como siervos inútiles, tengamos que hacer, para que resplandezca en nuestro mundo el Reino de Dios.

Y también qué, cuándo, y cómo podemos y debemos esperar los signos y las manifestaciones de este su Reino, para gloria de Dios y vida del hombre, que en hermosa expresión de San Ireneo, se identifican mutuamente.

En concreto, en el misterio mariano que hoy contemplamos, vemos a María que actua la voluntad de Dios imprevista, pero lo hace de un modo absolutamente sublime, magnanimo, como es ella: Tras la Anunciaicón no se quedó extasiada contemplando y rumiando el único momento en la historia de la humanidad que a una creratura de Dios se la pide que sea su madre en la tierra. Sino que su reacción, en cambio, es la reacción de su ser hija de Dios, del Dios-Amor: su reacción fue amar.