Sábado 23-8-2018 (Mt 6,24-34)

«No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir». Decían los antiguos: “errar es humano”. Pero podríamos añadir con igual acierto: “preocuparse es humano”. Nos pasamos la mitad de nuestra vida preparando, previendo y programando lo que vamos a hacer en el resto del tiempo. Hacemos cientos de planes cada día… y a lo mejor uno entre mil sale como habíamos previsto. No hay nada más incierto que el futuro, y eso a todo hombre razonable le preocupa. Nos pasamos la vida preocupados. Jesús sabe eso; Él nos conoce muy bien. Preocupados por llegar a tiempo a todos lados, por tener mucha salud, por no ganar demasiados kilos de más, por agradar al jefe, por contentar a los hijos, por comprar lo suficiente pero no demasiado, por llegar a fin de mes, por ahorrar para el futuro… ¿Habrá alguna medicina contra esto? ¿Algo parecido a una Relaxina o un Desagobiatil? Existe, pero no hay que ir a la farmacia para encontrarlo.

«Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso». En el fondo, nos preocupamos porque no podemos controlar el futuro, porque no sabemos lo que va a suceder, si va a ser bueno o malo. El destino es caprichoso, y debemos estar preparados para lo peor. Pero, ¿no podemos controlar el futuro? Nosotros no, es claro; sin embargo, Dios sí. Él es el dueño del pasado, del presente y del futuro. Él dirige toda la historia, nuestra historia. Y Él es un Padre bueno que nos ama infinitamente y quiere siempre lo mejor para nosotros. Por eso, sólo se agobian por el futuro los “gentiles”, los que no saben que hay un Dios que ya se preocupa por ellos. Es verdad que no somos los dueños del mundo, pero somos “los hijos del dueño” ¿Te preocupa este asunto? A Dios más. Y Él sabe más, Él puede más, Él quiere lo mejor para ti. Deja que Él se ocupe. No tengamos miedo a abandonar nuestros agobios en sus manos. Pero, ten cuidado, a lo mejor cuando menos te lo esperes Él lo solucionará del modo más sorprendente… Para un hijo de Dios, no tienen cabida las preocupaciones.

«Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Sólo debemos preocuparnos por una cosa: llegar al cielo. Todo lo demás, comparado con esto, es un granito de arena comparado con una montaña enorme. Un segundo comparado con toda la eternidad. La santidad es la obsesión de nuestra vida. Todo lo demás, salud, enfermedades; riquezas, pobreza; honor, desprecios; éxitos, fracasos… todo es nada en comparación con nuestra salvación. Somos hijos, nuestro Padre Dios se cuida de todo ello. A nosotros sólo nos toca ser buenos hijos, y ya está. Así nos lo enseña san Ignacio de Loyola: «es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás». Por eso, si vivimos así en nuestra vida tendremos dificultades, muchas; pero preocupaciones, ninguna.