En una ocasión veía en las noticias de la televisión como un jefe de gobierno se daba la vuelta en un acto público y le decía a un joven que le llamaba por su nombre de pila: «Señor presidente, llámeme Señor Presidente». El joven se quedaba parado y sorprendido, corrigiendo su grito, según lo que le indicó. El respeto, también en el lenguaje, es esencial para situarnos y saber actuar en nuestra vida convenientemente, cuando nos relacionamos las personas. El respeto, dice el diccionario, es miramiento, consideración, deferencia. Faltar al respeto es lo contrario: pasar de la persona, no valorarla o desconsiderarla, ser indiferente a su ser. Es como estaba actuando este joven fruto de la confusión y falta de formación en ámbitos de la sociedad actual. El Presidente de una nación es el representante de todos sus ciudadanos por igual y el responsable de administrarla, de velar por el bien común de la misma. No se representa así mismo, ni es un cualquiera. Realiza un servicio a su pueblo y tiene una responsabilidad muy importante que hay que reconocer, valorar debidamente.y confiar en su trabajo, mientras no se demuestre lo contrario.
Job es una persona sensata, respetuosa y temeroso de Dios, además de paciente. Así le vemos en la primera lectura de hoy; reconoce su pequeñez ante Dios y experimenta su acción en su vida, incluso en los peores momentos, valorando esta acción y no perdiendo la confianza en Él. Nos muestra una fe y una entrega que muchos quisiéramos tenerlas. Es lo que les quiere enseñar Jesús a los discípulos en el evangelio. Respetar al Señor, respetar su voluntad es considerarla, mirar por ella y entregar nuestras vidas sin miramientos. Es poner a Dios lo primero en nuestra vida, amándole sobre todas las cosas ¿Cuantas veces no fallamos en nuestro compromiso con Él? ¿Cuántas veces no nos echamos atrás cuando queremos ir más allá en este compromiso por personas, afectividades desordenadas, cosas materiales o espacios de confort?
El respeto es una buena herramienta necesaria para amar de verdad, como Dios nos ama. Tiene que formar parte importante de nuestra vida, aprender a vivirlo adecuadamente y enseñarlo a nuestros hermanos desde el ejemplo personal. Hay que ser hombres nuevos y actuar como hombres nuevos («Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios»). Hay que confiar en Jesucristo, aceptar el pasado redimido y mirar hacia delante para construir juntos el futuro («Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios») hasta alcanzar el Reino. Y ser conscientes de que tenemos muchas dificultades y sucederán muchas caídas, pero el triunfo final es siempre del Señor, respétale: «Te seguiré adondequiera que vayas».