De quien nos ama únicamente esperamos cosas buenas. Y si nos pide algo que no nos gusta, aunque nos contraríe, comprendemos que es por nuestro bien. Difícilmente un niño ordenará su cuarto por propia iniciativa; pero el mandato de sus padres, aunque le fastidie, le ayuda poco a poco a vivir algo tan incomprensible e irritante para él como es el orden.

De Dios sólo esperamos cosas buenas. O mejor, de Dios esperamos lo que es excelente. Y por esa razón, sus mandamientos constituyen para nosotros el organigrama que ha de guiar nuestros actos.

La moral cristiana se fundamenta en el bien, no en la mera ley, aunque tenga ese formato. Se trata de un GPS que guía nuestra conciencia hasta el lugar acertado. Busca el camino más recto, evita los atascos, señala las obras, notifica cambios inesperados en una calle, e incluso te avisa de los radares, que son como el demonio que nos acusa ante Dios de nuestros excesos.

El GPS comienza por elegir las vías principales: las autopistas o autovías, las arterias principales; y después sigue por las secundarias y más pequeñas hasta llegar al destino. Es el orden del amor, según el cual encontramos un «escalafón» de los afectos. El Señor nos explica hoy ese orden del amor, el “ordo amoris”, que se funda en tres relaciones.

La primera es nuestra relación con Dios, que es la fuente de la vida y de la moral. ¡De Él sólo esperamos lo excelente! En cambio, de los demás y de uno mismo, esa excelencia hay que rebajarla a causa de la experiencia del pecado. Pero también experimentamos momentos excelentes, llenos de plenitud.

Siempre me ha causado algo de risa la respuesta del escriba. Como repite a pies juntillas lo que Jesús acaba de decir, resulta inevitable acordarse del dicho “a más pelota, más nota”. Menos mal que al final, Jesús, que conoce lo que hay dentro del corazón, nos devela la rectitud del buen escriba.

¡Cuánto nos quiere Dios! ¡Cuánto nos habla Dios!: “Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz”. Escuchándole a Él se produce la conversión de nuestra vida. Una conversión quizá poco a poco. Pero necesaria para corregir nuestros desvaríos, como denuncia el profeta Oseas en la primera lectura. El Señor busca siempre nuestro bien, aunque nos contraríe lo que nos pide.

La conversión viene como don de lo alto, similar al sol que ilumina nuestros pasos. Me parece preciosa la oración colecta de hoy: “Infunde bondadosamente, Señor, tu gracia en nuestros corazones para que sepamos apartarnos de los errores humanos y secundar las inspiraciones que, por tu generosidad, nos vienen del cielo”. ¡Déjate inspirar por el Señor!