¿Cuántos sacerdotes hay en el mundo?

Como respondería una gallego: “Depende”.

Si te refieres a hombres del siglo XXI que estén “en nómina” en sus respectivos obispados o instituciones eclesiales (Vaticano, órdenes religiosas, universidades, ejército, misiones, etc.), la estadística de 2017 nos indica que hay 415.656, a los que habría que sumar 5.304 obispos, contando con el más destacado: el de Roma.

A la mayoría de los 10.000 lectores diarios de este comentario seguro que os ha chocado comenzar hablando así del sacerdocio, ¿verdad?

Me alegro. Porque quiere decir que para ti, el sacerdocio no es simplemente estar “en nómina”, ni siquiera cumplir una función y cerrar la iglesia en cuanto acaba la misa porque empieza la serie favorita. Algún sacerdote habrá que su planteamiento vital sea ese: un mero oficio, que esconde en el fondo la búsqueda de un beneficio. Es igual que comprarse el mejor iPhone para estar mirando todo el día la caja, sin sacarlo.

Porque un sacerdote, cuando disfruta de su vida, de su identidad y de su trabajo, es cuando se fundamenta diariamente en el misterio de una vocación a la que ha respondido, en un ideal mucho más grande que los propios proyectos —a menudo tan a corto plazo—, pero sobre todo en su identificación y su relación personal con Jesucristo.

Él inaugura un sacerdocio único en la historia de la humanidad. Él ha unido en su persona el mundo divino (es Hijo de Dios) y el humano (se ha encarnado); y ofreciendo en el altar de la cruz el sacrificio de su propio cuerpo y sangre, ha rescatado a la humanidad pecadora. Es de lo que tratan las lecturas de hoy.

1) En la historia de las religiones, el sacrificio del sacerdote es siempre sustitutivo: el toro, la oveja, los frutos, todo aquello que ofrece el sacerdote, “sustituye” a quien lo ofrece, porque en realidad, lo que se quiere ofrecer es a uno mismo. Incluso los sacrificios del pueblo judío en el altar del templo de Jerusalén tampoco llegan a realizar aquello que significaban: los corderos degollados en el altar son “sustitutos”. Sustituyen a las personas a quienes representan.

2) Y en cuanto al efecto del sacrificio, igualmente no deja de ser algo más simbólico que real. O mejor dicho, algo “conjetural”. Uno acaba haciendo conjeturas de si, con lo que he ofrecido, la divinidad se ha aplacado, o me ha perdonado, o me va a favorecer. Y vivir a base de conjeturas es un sin vivir que pone de los nervios a cualquiera.

3) Por último, la figura del sacerdote es la del mediador entre la divinidad y el pueblo. Pero él no es divino, sino humano. Por mucho respeto que se le tenga, y se revista con toda la parafernalia de vestidos y ceremonias, no deja de ser un simple mortal, del cual resulta fácil descubrir algún fallo.

En resumen: lo que quiero ofrecer, no lo ofrezco en realidad; lo que busco, no sé si lo encuentro; y quien lo ofrece, no sé de qué pie cojea.

Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote:

—Jesucristo se ofrece a sí mismo a Dios: no hay nada que le sustituya. Es el ofrecimiento perfecto.

—Jesucristo hace ese sacrificio como pago de la libertad de los esclavos. Libera del pecado, y sólo Él lo puede perdonar. No hay conjeturas del perdón: lo realiza porque es Dios.

—Jesucristo es Dios de Dios y Luz de Luz, perfecto Dios y perfecto hombre. No hay defecto en Él. ¡Es Amigo que nunca falla!

Y a la pregunta “¿cuántos sacerdotes hay?”, la respuesta sólo puede ser “uno”. Sólo hay un sacerdote, eterno, inmortal, que realiza lo que significa y alcanza lo que se espera. Y es la fuente del ministerio sacerdotal.

¡Que todos los sacerdotes vivamos así nuestra identidad más profunda: ¡Jesús en mí, a través de mí, para salvar y consolar al pueblo de Dios!