Estamos de fiesta grande en Madrid: ¡es el aniversario de la consagración de la catedral dedicada a nuestra patrona, la Virgen de la Almudena! Hoy a las 19, nuestro Cardenal Arzobispo, D. Carlos Osoro, clausura el año mariano del que hemos disfrutado con motivo de las bodas de plata de nuestra casa común.

Día memorable aquél caluroso 15 de junio de 1993, por muchas razones:

  • La catedral fue consagrada por un papa santo, Juan Pablo II, uno de los personajes más influyentes del siglo XX. Fue el papa de los jóvenes (pertenezco a esa generación), y le hemos seguido a las JMJ que él convocó. En ellas han surgido muchísimas vocaciones sacerdotales, religiosa y matrimoniales. Tenemos muchísimo que agradecerle. Y por esa razón, además de una escultura suya en la entrada este, hay una reliquia —un poco de sangre— de este gran santo dentro de la catedral (en la pared de la capilla del Santísimo).
  • Es la catedral más moderna de España. En un país con tanta historia y con una vieja tradición cristiana —que se lo digan a Santiago Apóstol o a la Virgen del Pilar—, resulta paradójico que en la diócesis más grande en número, no existiera todavía catedral. Siendo sinceros, aunque tengamos muchos siglos, Madrid no puede competir en grandeza histórica con Santiago de Compostela, Jaca, Toledo o Sevilla. Pero somos tan originales de tener una catedral —casi— del siglo XXI.
  • Constituye todo un símbolo de la presencia del Evangelio en nuestra sociedad: unida al palacio real, en ella se han celebrado actos religiosos de estado muy relevantes: a la misma consagración asistieron todos los representantes del Estado; se celebró también en ella la boda del actual Rey Felipe VI, los funerales del 11-M, y otros muchos actos en que están presentes personajes de la sociedad española.
  • Sobre todo, es la casa de nuestra Madre, María, bajo esa advocación milenaria de la Almudena. En la cuesta de la Vega se encuentra la imagen memorial que le da su nombre: el derrumbe de la muralla y la aparición de la imagen (9 de noviembre del año 1085), oculta en el s. VIII por los cristianos a causa de la invasión musulmana.

El día de la consagración un servidor estuvo de voluntario. Me tocó en la entrada de la explanada de la Almudena, asándome y deshidratándome como todos los allí presentes. Quienes estuvisteis ese día también, os acordaréis del lugar en que os tocó hacer historia: ¡asados, pero contentísimos!

Un templo consagrado a Dios representa a Cristo mismo, sacerdote, altar y víctima. Es como una prolongación de la encarnación del Señor: el templo le representa, y dentro de él los cristianos recibimos los sacramentos, que nos configuran con Cristo, sobre todo el bautismo y la eucaristía.

Pero en la consagración de la catedral, esa presencia de Cristo se realiza de un modo especial en lo referido a la figura del obispo diocesano. La catedral es el templo del obispo, quien representa a Cristo en una diócesis. El lugar que lo simboliza es la cátedra, y de ahí el nombre de “catedral”. Sólo puede haber una en cada diócesis, porque Cristo sólo hay uno. Se trata de la “silla” en que preside las celebraciones, un lugar que sólo puede ocupar el obispo diocesano, o bien el Papa. Para el resto, se dispone de otra sede secundaria.

Desde la cátedra, Cristo, representado por el obispo, preside a la iglesia diocesana en la unidad, la vincula mediante la tradición apostólica a la iglesia universal, católica.

Desde la cátedra, Cristo en la persona del obispo, realiza su triple función de santificar, regir y enseñar. Santifica mediante la administración de los sacramentos; rige como el buen pastor que defiende el rebaño de los lobos y lo lleva a fuentes tranquilas; enseña mediante la exposición de la Palabra y su voz autorizada.

Ha sido una semana muy sacerdotal, y sacerdotalmente concluye. Y como guinda, damos gracias a Dios por el ministerio de nuestro obispo diocesano, que representa a Cristo. Recemos por D. Carlos Osoro, por su persona y sus intenciones. Él nos tiene todos los días presentes en su vida sacerdotal. También recemos por sus obispos auxiliares.