No tengo ni idea de cómo funciona el microondas. Sé que su descubrimiento fue casual, cuando intentaban fabricar un radar en la II Guerra Mundial. Para mí lo realmente importante es que está ahí y funciona: todos los días lo uso al menos una vez. Al fin y al cabo, es un trasto que uso para una necesidad. Lo mismo pasa con el móvil, y el coche… Confío en que funcionen, y funcionan. Soy un ignorante de millones de cosas que cada día me facilitan la vida.

Pasa algo similar con las personas habituales: puedo llevar una vida con ellas pero hay siempre un campo de ignorancia, algo que no conoces. Día a día puedes compartir momentos maravillosos que construyen una historia y amplías conocimiento. Soy un ignorante de muchas cosas de las personas a las que amo, pero las amo.

Incluso en la familia, en el propio hogar, te llevas sorpresas. Tenemos toda una vida para conocernos, y la convivencia y el roce nos permiten ahondar más.

Las cosas las usamos, pero a las personas, las disfrutamos. Y el Señor es Alguien, no “algo”.

Con Dios pasa lo mismo que con nuestros familiares y amigos más cercanos: disfrutamos el tiempo que pasamos juntos para conocernos y amarnos más. Las lecturas de hoy nos dan unas pinceladas preciosas de cómo es: Dios es la Sabiduría eterna (primera lectura), es el creador del universo (salmo responsorial), es Padre, Hijo y Espíritu (un evangelio intenso y profundo).

San Pablo indica en la segunda lectura el motor interno y original de la vida de todo cristiano: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Lo importante de Dios no es comprenderle: es recibirle, acogerle, creer en Él. Basta que haya un afecto, una unión que inspira confianza, que esto nos llevará a conocerle más y mejor. Además, siendo prácticos, tenemos toda una eternidad por delante para conocerle.

No podemos perder de vista este dato: el misterio de la Trinidad no es un mero reto a la inteligencia, sino sobre todo la revelación completa de una persona: Dios. El Señor está con nosotros. Eso es lo importante y lo básico para funcionar en nuestra vida cristiana: primero confiar en el Señor, coger su Evangelio y meditarlo, vivir pegados a la Eucaristía donde está Él, tratar a su Madre, vibrar con la Iglesia. Quizá no sepas explicar el misterio trinitario como San Agustín, Santo Tomás de Aquino o von Balthasar, pero harás algo que ellos también hicieron: estar metidos en Él.

En la puerta del Cielo no nos harán un examen de si sabemos explicar la perichóresis trinitaria, o si distinguimos las procesiones según el entendimiento o la voluntad, o si distinguimos la espiración pasiva y activa del Espíritu Santo. A quien el Señor le haya dado dotes para ello, que se empeñe en profundizarlo, sin duda. Pero para tranquilidad del resto, lo único que nos preguntarán en el Cielo es cuán íntimos hemos sido de Dios, cuánto le hemos amado. Si somos suyos de verdad de la buena.

¿Por qué el misterio de la Trinidad beatísima es tan importante? Porque es mi familia. Más importante incluso que mi familia de sangre. Es mi familia eterna: revela quién soy yo, mi lugar en el mundo y mi destino eterno. Soy una criatura de Dios, amada eternamente como hijo por el Padre; esperada como hermano por el hijo Unigénito, Jesús el Señor; configurada por el Espíritu Santo para amar al Padre y al Hijo con la intensidad del amor divino que se derrama en mi corazón por el Espíritu Santo que se me ha dado.

La Trinidad es mi hogar: del que salí y al que volveré tras el peregrinar terreno. Es la consecuencia de haber sido bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por eso, el fin de cada cristiano es gritar, contemplando esta maravilla: ¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo! (versículo antes del evangelio).

La definición teológica del misterio de la Trinidad está plenamente recogida en el prefacio de la Misa de hoy. Disfrútalo, que merece la pena:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que con tu Hijo unigénito y el Espíritu Santo
eres un solo Dios, un solo Señor;
no en la singularidad de una sola Persona,
sino en la Trinidad de una sola naturaleza.
Y lo que creemos de tu gloria porque tú lo revelaste
lo afirmamos sin diferencia de tu Hijo y del Espíritu Santo.
De modo que, al proclamar nuestra fe
en la verdadera y eterna Divinidad,
adoramos tres Personas distintas,
de única naturaleza e iguales en dignidad.
A quien alaban los ángeles y los arcángeles…