Cada vez noto más en la catequesis con los niños, en las clases del colegio e incluso en las conversaciones con la gente mayor, que conocemos poco las historias del Antiguo Testamento. Cierto que el Nuevo Testamento es más importante porque allí se nos muestra a Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación. Sin embargo, todo el Antiguo Testamento apunta a él y lo que encontramos nos sirve de enseñanza. Por otra parte me gusta pensar, como me decía un maestro, en que a través de esa historia se muestra la misericordia de Dios.

Hoy encontramos este diálogo entre Abrahán y Dios. Lot se había separado de Abrahán y se había ido por una vega amplia que anunciaba grandes pastos, pero acabó en la zona de Sodoma y Gomorra, ciudades de gran pecado.

Entonces el libro del Génesis nos narra esa cercanía de Dios a Abraham. Le trata como un amigo al que no quiere ocultarle el dolor de su corazón ni sus designios. Y empieza ese diálogo, precioso y dramático al mismo tiempo. Dramático porque Abrahán está intercediendo por sus amigos y está como “en discusión” con Dios para intentar convencerlo. Precioso porque muestra la confianza del patriarca para con Dios. Hay una hondura de amistad que se nos escapa. Pero ahí están prefiguradas muchas cosas. Una que a mí me parece son las palabras que dirá Jesús a sus apóstoles en la Última Cena: “Ya no os llamo siervos, sino amigos porque el siervo no sabe lo que hace sus Señor”.

A la luz del Nuevo testamento entendemos mejor lo que se anuncia en el diálogo de Abrahán con Dios. Es el poder de la intercesión. Esta alcanzará su plenitud en Cristo que cargará con el peso de nuestras culpas en el Calvario y morirá por nosotros. Él hablará con su Padre como Hijo y ahora, resucitado, sigue intercediendo por nosotros.

Pero también nosotros ahora podemos pedir al Padre. Jesús se lo enseñó a sí a sus discípulos. Podemos hacerlo porque hemos sido unidos íntimamente a él por la gracia. Y Jesús quiere que no nos desentendamos del mundo que nos rodea: que estemos atentos a las necesidades y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestra generación y que nos dolamos por el pecado que hay en el mundo. Después, cuando vemos todo lo que hay, elevamos la mirada a Dios misericordioso e intercedemos. Pedimos para que su amor se abra paso en el mundo y para que cesen las resistencias; para que los corazones acojan la salvación y los que viven en la tristeza recuperen la alegría.

Sí, la oración que nos describe la primera lectura no tiene la forma de algo rutinario ni de que Abrahán se hubiera sujetado a una especie de formulario. Por el contrario muestra el interior de Dios, que se conmueve ante el mal del mundo, y el corazón de Abrahán, que pide por los que ama. En ese diálogo, como en toda oración verdadera, se va descubriendo la justicia y la misericordia de Dios.

Busquemos tiempo para el diálogo reposado con Dios. Diálogo que puede ser atrevido porque Dios es nuestro Padre, pero en el que, continuamente vamos a quedar sorprendidos porque su Sabiduría y su Amor son mayores de lo que nosotros esperamos.