Miércoles 10-7-2019, XIV del Tiempo Ordinario (Mt 10, 1-7)

«Jesús llamó a sus doce discípulos». La respuesta a la petición del Evangelio de ayer –«Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies»– no se hizo esperar. Jesús llama a sus discípulos y les nombra apóstoles, que quiere decir “enviados”. Aquellos que estaban muy cerca de Cristo, que compartían su vida y su tiempo, son ahora sus mensajeros. Los amigos se convierten en testigos. ¿Y con qué misión les envía el Señor a los Doce? Con la suya propia. Los apóstoles continúan la misma misión de Jesús. Así lo dice claramente el Evangelio: «les dio autoridad para explusar espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y dolencia». Esto fue exactamente lo que hizo el propio Jesús, y esta es la misión de los Doce. La tarea es la misma, la de Jesús, la de los apóstoles, la de la Iglesia de todos los tiempos. Por eso, el apóstol nunca se anuncia a sí mismo, ni habla sus propias palabras, ni actúa con su propia fuerza. En ese caso, la misión hubiera sido un completo fracaso. El testigo es el que anuncia al único que puede salvar: Jesucristo.

«Estos son los nombres de los doce apóstoles». Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe… Creo que no es una anécdota secundaria que el evangelista Mateo haya querido dejar constancia de los nombres de los apóstoles de Cristo. Los Doce fueron personas de carne y hueso, tan reales como tú y yo. Y detrás de cada nombre hay una historia, una familia, un pueblo, una elección de Dios, una amistad, una fidelidad inquebrantable hasta la muerte… Cada uno de ellos fue elegido por Jesús y llamado a ser apóstol. Pero la cadena ininterrumpida de testigos no se acaba ahí. Junto a los Doce, podemos seguir poniendo otros nombres de tantos apóstoles del Señor a lo largo de todos los siglos: Esteban, Pablo, Inés, Agustín, Francisco de Asís, Domingo, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús, Juan Bosco, Josemaría, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II… ¡Una lista interminable! Y cada uno con su historia, sus triunfos y sus fracasos. Ahora bien, esta lista de los amigos de Dios no está todavía acabada… faltamos tú y yo. A nosotros también nos ha elegido por nuestro nombre, con nuestra historia, para ser sus testigos en medio del mundo.

«Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca». Por el Bautismo, a cada uno nos ha escogido Dios para ser santos y apóstoles. El grito de Jesús se dirige a todos los cristianos de todos los tiempos: «¡Id!». No puedes mirar a otro lado. Da igual tu edad, sexo, condición, lugar, tiempo o circunstancia… No importa si eres alto o bajo, tímido o extravertido, mayor o pequeño, listo, trabajador o deportista, si llevas gafas o tienes muchas enfermedades… ¡todo da igual! Tienes que tener la certeza de que Cristo te necesita para ir y proclamar que el Reino de los Cielos está cerca, que Él está muy cerca. El Señor nos pide a todos lo mismo. Evidentemente, no nos pide que todos lo hagamos de la misma manera. Hay tantos caminos como santos en la historia. Y cada vocación es irrepetible. La tuya también…