Celebramos hoy, queridos hermanos, la Virgen del Carmen, advocación predilecta para los Carmelitas que hace referencia al Monte Carmelo, uno de los montes destacados en la orografía del Antiguo Testamento. La actual celebración data del S. XIII y es parte de la tradición carmelitana, pues tal día como hoy del año 1251 se apareció a San Simón Stock, superior general de la Orden Carmelita, a quien le entregó sus hábitos y el escapulario, principal signo del culto mariano carmelita. La Virgen prometió liberar del Purgatorio a todas las almas que hayan vestido el escapulario durante su vida, el sábado siguiente a la muerte de la persona y llevarlos al cielo.

Más allá del recorrido histórico de esta devoción, es siempre muy provechoso reflexionar sobre la figura de María, puesto que como decía San Luis María Grignion de Monfort «por María a Cristo». Entre las múltiples expresiones de afecto que en la devoción popular se le atribuyen a la Madre de Dios, reconozco que me resulta especialmente sugerente aquella de la Salve rociera: «manantial de dulzura». Y es que es en María donde se pueden ablandar los corazones duros, faltos de amor que no son capaces de reconocer al Señor.

En el Evangelio que acabamos de escuchar Jesús reprochaba a las ciudades de su tiempo, Corazaín, Betsaida, Cafarnaun, su falta de fe y su dureza. No lo reconocemos también en los fariseos, en los saduceos, en los judíos que se oponen a Jesús, tienen el corazón tan duro que ponen la ley por encima de la vida (curaciones en sábado), atribuyen a la fuerza del maligno la acción de Jesús… Todos ellos nos recuerdan a esos niños que tapándose los ojos pretenden negar la realidad.

Nuestra sociedad, a veces incluso en nuestro en torno más cercano, podemos percibir como Dios está presente, pero muchos no le pueden reconocer, porque tienen el corazón áspero. Y ¿tú qué? ¿como tienes el corazón?… Tal vez hoy nuestra oración no deba consistir en mucho más que pedirle a la Virgen María que su dulzura alivie como bálsamo sanador nuestras durezas y así, nuestro corazón, pueda palpitar de amor como lo hacía el suyo por su Hijo.