LUNES 2 DE SEPTIEMBRE DE 2019

JESÚS SANADOR (Lucas 4, 16-30)

Jesús se presenta en la Sinagoga como el esperado de Israel, aquel que viene a cumplir todas las promesas hechas por los profetas y albergadas por el pueblo de Israel: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oÍr”. Pero elige para hacerlo público el día en el que en la proclamación de las Sagradas Escrituras del pueblo de la promesa, se hacía la promesa de un mesías que sería la esperanza de los pobres y la salud de los enfermos, tal y como lo había bellamente profetizado Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”.

Jesús, sanador de los cuerpos y de las almas, pasó tres años predicando la Buena Noticia del Reino de Dios como un Reino en el que los atribulados encontrarían el alivio del amor inmenso de su creador y salvador, y en el que los cielos, los paralíticos, los leprosos, y todos los despreciados por sus enfermedades y limitaciones, recibirían no ya la consolación, sino la curación de sus heridas.

Y Jesús no sólo lo decía de un modo tal que “todos se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca”, sino que los miraba a los ojos, y los curaba de todas sus dolencias, y los abrazaba y les reconocía la dignidad que Dios siempre les otorgó. Porque así es Jesús, el Dios hecho hombre, en cuyo corazón humano, bendito corazón humano, frágil como todo corazón humano, pero grande e intenso, habitaba el corazón inconmensurable del amor infinito de Dios.

Jesús sanador: sana mi cuerpo de las heridas de los años para que pueda servirte en mis hermanos, sana mi alma que tantas grietas tiene por el peso de los pecados, sana mi corazón que envejece y ya no tiene la fuerza que tuvo cuando se enamoró de ti, y sana mi familia, tu Iglesia santa y pecadora, para que a su vez sea siempre ese lugar de consuelo y de curación, “hospital de campaña” lo llama tu Pedro de hoy- que quisiste dejar en la tierra.