El evangelio de hoy nos presenta a Juan Bautista en una situación embarazosa. Es evidente que su predicación y sobre todo su vida fue un signo de contradicción para todas las personas de aquella generación. No fue un fenómeno menor, sino que por el contrario hoy sabemos que su movimiento atrajo a muchísimas personas que estaban anhelantes de la llegada del Mesías y de la salvación que eso iba a suponer para Israel. El mismo Herodes le admiraba y desde el Templo de Jerusalén, los principales del pueblo le enviaron sacerdotes y levitas a preguntar cuál era su misión o mejor aún, a averiguar de primera mano quién era él en verdad. Juan, con toda claridad dice que no es ni el Mesías, ni Elías, ni el Gran Profeta. Su misión es ser el precursor de otro, señalarlo ya presente en medio de su pueblo.

Juan sabe cuál es su lugar y su papel, lo asume con plena responsabilidad y de buen grado: “Yo soy una voz que grita en el desierto”. San Agustín comentando este pasaje dirá: “Dijo que él era la voz. Observa que Juan es la voz. ¿Qué es Cristo sino la Palabra? Primero se envía la voz para que luego se pueda entender la Palabra. ¿Qué Palabra? Escucha lo que te lo muestra con claridad: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella, y sin ella nada se hizo. Si todo, también Juan. ¿Por qué nos extrañamos de que la Palabra haya creado su voz? Mira, mira junto al río una y otra cosa: la voz y la Palabra. Juan es la voz, Cristo la Palabra” (Sermón nº 288). Qué importante es que nosotros nos pongamos en nuestro lugar y no caigamos en la tentación de usurparle a Cristo su lugar. Nosotros, como Juan, damos testimonio con hechos y palabras, pero no nos anunciamos a nosotros mismos sino a Jesús, el Cristo de Dios.

Alguno me dirá que le parece una barbaridad el hecho de ni tan siquiera plantearnos esta situación. Y es verdad; es cierto que hay que estar muy mal de la cabeza para jugar a ser Dios. Pero lo habitual es que esa tentación se nos presente. Cuando las personas se sientes atraídas por el testimonio de los creyentes, si aún no han tenido ninguna experiencia de encuentro personal con Cristo; lo fácil es que dejándose llevar de su entusiasmo, se apeguen a los testigos, los idealicen y los ensalcen sobre manera. Y sabiendo que como dice el refrán: “a nadie le amarga un dulce”, lo inteligente es advertir el peligro que se esconde en esta tentación tan sibilina. Hay que saber decir: “yo no soy”, y reorientar a los que buscan hacia “el que es”, hacia Jesús.

Qué importante es entender este papel fundamental que tenemos que representar. No tengamos miedo de atraer a muchos, ahora bien, no los retengamos ni los entretengamos en nuestro pequeño y limitado mundo, llevémoslos hasta Jesús. Os confieso que esta vocación de “ser el dedo que señala” me retrata bastante bien, yo lo digo con un lenguaje más coloquial y desenfadado. Yo soy como “el prelavado”, pero nada más. Y estoy contento de que así sea. Me siento mucho más llamado a estar en la frontera ayudando a dar el paso hacia Cristo que a llevar a las almas a la cumbre de la santidad cristiana. A lo mejor es solo una visión subjetiva y distorsionada de mí mismo, pero la verdad es que así es como me imagino mejor.

Quizá si en la Iglesia todos tuviéramos conciencia de ser simples instrumentos de Cristo sería más fácil la unidad y la comunión entre los creyentes. Cuando empezamos a etiquetarnos, “soy de Pablo, soy de Cefas, soy de Apolo”, ahí empiezan los problemas. En realidad, todos somos de Cristo, solo él es el Señor.

Y Jesús es el gran desconocido. Es tremendo, pero es verdad. Hoy mismo en la eucaristía me dirigía a la gente preguntándoles si estaban dispuestos a salir de la misa llenos de alegría y dando testimonio alegre y valiente del Señor. Me miraban como si les hablara de algo extrañísimo. Caras de estupefacción. Este es el problema. “Entre vosotros hay uno que no conocéis, ese es el que viene detrás de mí”.

Hoy puede ser un buen día para aclararle a todos los que pueda tenernos como buena referencia para su fe y su vida cristiana, que eso que han descubierto en nosotros, en realidad no somos nosotros, tiene un nombre y se llama Jesús. Y nosotros estamos ahí a su lado para abrirles el camino que los lleva a su encuentro. No para obstaculizar sino para facilitar. No para retenerles sino para señalarles. Pero de eso hablaremos mañana. Si Dios quiere.