El rey ha muerto. ¡Viva el rey!”. La versión más de andar por casa de este adagio dice: “A rey muerto, rey puesto”. El ocaso de Saúl preludia el amanecer de David, el rey más importante en la historia del Antiguo Testamento, que hoy acapara el protagonismo de las tres lecturas.

El hijo pequeño de Jesé, natural de Belén, encontró gracia ante Dios y fue ungido con el santo óleo por el profeta Samuel para regir el pueblo de Israel. La elección divina queda sellada mediante este precioso ritual que perdura hasta nuestros días: en griego, el término ungido se dice “cristós”.

Las costumbres antiguas de ungir pasaron a formar parte de la celebración de los sacramentos de la Iglesia, dado que su fundador es por antonomasia el Ungido, el “Cristós”. Pero el Señor no fue ungido con óleo, sino con el mismo Espíritu Santo el día de su bautismo, cuando Juan vio descender la paloma y escuchó la voz del Padre: “Este es mi hijo, el Amado; escuchadle”.

En la tradición cristiana se continuó usando óleo para algunas celebraciones: el óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos y el santo crisma. Éste último se utiliza en los sacramentos que imprimen carácter, esto es, que no pueden volver a recibirse: el bautismo, la confirmación y la ordenación sacerdotal.

El crisma es el óleo por antonomasia del Espíritu Santo. Y es el que cada cristiano recibe en el bautismo. Tú has sido elegido por Cristo, has sigo ungido con el óleo del Espíritu Santo y has sido constituido en templo del mismo Espíritu, a semejanza del cuerpo de Cristo en el día de su bautismo.

La elección de David, como dice el salmo, revela de modo profético una relación filial con Dios. Ya no es una relación de siervo respecto de su Señor, sino que «él me invocará: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora”». David se considera hijo de Dios por la elección y la unción. Pero esto es figura de Jesucristo, el Unigénito de Dios, el Hijo eterno del Padre.

Debemos recuperar a toda costa la belleza que esconde la unción y otros muchos rituales milenarios presentes en la liturgia, tantas veces desconocidos por los propios cristianos, y que tienen su origen en acontecimientos tan relevantes de la historia sagrada, y también de la humanidad.

Hoy tócate la frente: allí un día el sacerdote te ungió con el santo crisma, te inundó de Espíritu Santo. Dios te eligió como hijo amado, te llamó para entrar en su herencia, en su Reino.