DOMINGO 2 DE FEBRERO DE 2020 / III SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A
FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR: LOS TIEMPOS DE DIOS
La celebración de la Presentación del Señor nos invita a retomar el sentido unitario de la historia de la salvación, sentido a su vez de la historia de la humanidad y de la historia de cada hombre, de cada uno de nosotros. Basta, como siempre, con fijarnos bien en las lecturas de la celebración:
- El profeta Malaquías anuncia la llegada del “Mensajero de la Alianza” de Dios con su pueblo, de una nueva alianza, aquella en la que la ofrenda del hombre a Dios, sería por fi la debida, estaría a la altura del don de Dios a los hombres. La única pista que da el profeta es que esta ofrenda está ligada al mensajero prometido, y que “¿Quién quedará en pie cuando aparezca?. Porque será Aquel que, como hemos dicho en el salmo 23, “es el Rey de la Gloria”.
- La Carta a los Hebreos explica claramente en que consiste esta Nueva Alianza, en la que el oferente, “tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel”. Más adelante la misma Carta nos dirá que Cristo es al tiempo el sacerdote de la ofrenda de la Nueva Alianza, su ofrenda y su altar.
- En el Evangelio de Lucas hemos escuchado como el anciano Simeón al ver al niño Jesús, en el hermoso himno del Nunc Dimitis, reconoce al Mensajero prometido: “Ahora Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel”.
Éste es un acontecimiento del que nadie en aquel momento consideraría digno de la menor mención:
- Una presentación más en el templo de un niño más entre los hijos de Israel, y sin embargo, la escena en la que toda la historia encuentra su nudo conductor: el pasado (la Antigua Alianza), el presente (el misterio de la Encarnación), el futuro (la Nueva Alianza).
- Estamos llamados a aprender una importantísima lección: los momentos decisivos no son ni los de la crónica de la actualidad, ni los de las crónicas de la historia, ni los de la crónica que nosotros mismos haríamos de nuestra vida, sino aquellos que sólo Dios retiene como los más importantes de nuestra vida, como los “kairos” (momentos de Dios) de nuestra personal historia de salvación: no los momentos (que pueden ser días, semanas, meses, años…, en los que nos hemos afanado por cosas perecederas), sino los momentos en los que hayamos acogido el don del amor de Dios y lo hayamos desplegado entre los demás. Esos son los momentos que dan sentido a la vida, que la cambian, y que la proyectan a la eternidad.
El Cardenal Henri Newman, beatificado por Benedicto XVI y canonizado por el Papa Francisco, explicó la escena del Evangelio de hoy bellísimamente: “A todas luces en la escena de hoy no hay nada extraordinario ni impresionante. En el mundo, la gente pobre, como los padres de Jesús y estos dos viejos, Simeón y Ana, no llaman la atención de nadie y todo el mundo pasa de largo. Sin embargo, se trata de la realización solemne de una profecía antigua y prodigiosa. El niño que es llevado en brazos es el Salvador del mundo, el heredero auténtico que viene bajo los signos de un desconocido a visitar su propia casa. El profeta había dicho: ¿Quién resistirá el día de su venida? Aquí esta la gloria, un niño pequeño con sus padres, don ancianos, y una asamblea sin nombre ni relieve. La llegada del reino no se deja ver”.
John Henry Newman, considerado como uno de los fundadores del Movimiento de Oxford, es, sin duda, uno de los pensadores más ilustres de la segunda mitad del siglo XIX. Desde muy joven, con poco más de 15 años, comenzó a interesarse por los escritos de los Padres de la Iglesia, y en torno a la misma época ya estaba seguro de que dedicaría su vida a Dios.
La conversión al catolicismo de este significativo miembro del clero anglicano, bien considerado en los círculos intelectuales y universitarios ingleses asociados a la llamada Low Church, tuvo lugar el 9 de octubre de 1845, siendo ordenado presbítero (católico) el 1 de junio de 1847. Newman fue un gigante a cuyos hombros se subieron algunas de las personalidades más importantes del Movimiento de Oxford y más influyentes del pensamiento católico británico del siglo XX como Gerard Manley Hopkins, Henry Edward Manning, Robert Hugh Benson, Hilaire Belloc, G. K. Chesterton, J. R. R. Tolkien, etc.
La misma experiencia del Cardenal Newman tenía muy claras las prioridades del hombre sensato cuando aconsejaba: “No temas que tu vida termine, sino que nunca tenga principio”.
La salvación no llegará por la ley, sino por el Espíritu de Dios. Cuando los padres van a consagrar al niño a Dios, es Simeón quien aparece para «arrebatar» al niño de las manos maternas y presentarlo él con su «palabra» y con su canto, bendiciendo a Dios.
No busquemos a Dios en las cosas grandes y llamativas. No busquemos a Dios en los títulos o en la grandilocuencia. Busquemos a Dios en lo humilde, en lo pequeño, en lo que a ojos del mundo “no cuenta”. Es eso “tan insignificante”, tan “que llama poco la atención a los ojos de los hombres” lo que a ojos de Dios es grande. Lo que cambia el mundo.