Nos dice Jesús: “Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

Deberíamos de sentirnos orgullosos por ser católicos, e intentar iluminar nuestra vida como tales. Es cierto que muchos querrán apagar esa luz: se reirán, se silenciará la verdad, se habilitarán “púlpitos” (los medios de comunicación) para los enemigos de Cristo …

Sin embargo, por muchas dificultades que haya, no podemos ocultar nuestra luz, que es la luz de Cristo. Es necesario ser valientes y fuertes. No podemos avergonzarnos de ser cristiano.

Y surge la pregunta: ¿Por qué nos callamos cuando se ataca a nuestra madre la Iglesia?; ¿Por qué nos da miedo hablar a los amigos de la oración, de la confesión, de la gracia de Dios …?

Existen muchos motivos: Querer “quedar bien”, ser actuales, seguir la corriente de la mayoría … San Pablo nos contesta a esa actitud: “Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.” ¡Aquí está la verdadera actualidad! Ante los que, por ejemplo, presumen de cuerpos desnudos, Cristo está desnudo en la cruz para salvarnos.

Le pedimos a la Virgen María en la Eucaristía, que nunca nadie nos pueda acusar de cobardes, y sepamos hacer descubrir a nuestro alrededor el rostro de Cristo.