Celebramos hoy la solemnidad de la Asunción de nuestra madre a los Cielos, una de las fechas que más nos llenan el corazón de esperanza a los católicos, pues la virgen María nos indica y señala el camino que habremos de recorrer quienes, esperemos, lleguemos al final de nuestros día en gracia y, al final de los días, podamos vivir en el Cielo junto con el Señor.
Lo primero que hemos de tener claro es en qué significa el dogma la Asunción: consiste en que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen, cumplido el curso de su vida terrena fue subida en cuerpo y alma a la gloria celestial. Ni más, ni menos. Por cierto, este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus.
Y ahora podemos preguntarnos: ¿Y cómo disfrutar de todo esto siguiendo las huellas de María? Intentaremos dar unas pinceladas para que cada cual pueda meditar en el corazón aquello que más resuene en su interior.
Lo primero que contemplamos en la vida de María es que, para su santidad, fue más importante creer que comprender. Ella vivió en primera persona que sin la fe no se pueden captar muchas cosas. Por eso es maestra de fe y fue recompensada con todos los honores por Dios.
En segundo lugar, María es el prototipo del silencio justo: habla cuando tiene que hablar y nada más. Se esconde cuando ha de esconderse. Ella es la que proclama la grandeza del Señor y reconoce su pequeñez como una bendición. María es humilde: siendo la criatura más excelsa se abaja permanentemente.
En tercer lugar, hace de Jesús el absoluto epicentro de su vida. Hay una razón obvia, pues Jesús es su hijo, pero hay una más importante: esa criatura es el Mesías y ella lo acepta aún en los momentos de mayor incomprensión, como cuando el Señor se queda tres días en el templo y parece desentenderse de sus padres.
Basten estas tres cosas, pero podríamos añadir muchas más, pues, desde ese episodio dramático y precioso en la cruz en la que Jesús nos la entrega por madre, ella intercede constantemente por nosotros. ¡Qué afortunados somos!
Pidamos en esta solemnidad de la Asunción un amor inquebrantable por nuestra madre, pues es la mayor de las garantías para acabar «aterrizando» en el corazón de Jesús. Exacto, eso nos dice María: ama al Señor tu Dios sobre todas las cosas como yo lo hice.
PD- ¡No olvidemos hoy el rezo del Rosario!