Comenzamos con fuerza el tiempo ordinario con el Señor advirtiéndonos que se ha cumplido el tiempo, que, tras de sí, no puede venir ya nada que nos vaya a colmar, que no necesitamos a nada ni a nadie más que a Él. Ahora se trata de convertirnos y creer en Él, en Su Evangelio, en Su palabra.

Esta debe ser la orientación decisiva de nuestra vida: Jesucristo como norma absoluta, sin medias tintas, sin rebajas, sin negociaciones. Si Jesús dice ‘a’, es ‘a’ sin discusión. Aunque a veces notemos en nosotros tendencias que nos dirijan hacia otro lado, aunque tengamos tentaciones de montárnoslo por nuestra cuenta. No y no. Nuestra inteligencia iluminada por la fe nos marca el camino y por él debemos transitar. Además, como nos han demostrado tantos santos a lo largo de la historia, sólo la vida del Evangelio vivida en radicalidad nos puede hacer plenos.

Y esto es lo que les sucedió a los primeros discípulos, cuya llamada leemos hoy en el Evangelio de san Marcos. Fueron personas que, en medio de sus afanes escucharon el paso y la llamada de Jesús. ¡Benditos corazones abiertos a ese Señor que nos quiere junto a Él! Muchas veces hablamos de los defectos de los discípulos -más tarde apóstoles-, pero hoy nos detendremos a meditar un poco sobre su nobleza: cuando escuchan al Señor, le siguen y punto. Lo dejan todo. Obviamente que luego veremos en ellos múltiples fallos, producto de su pecado, del hombre viejo. Pero son personas que se deciden por Cristo y le siguen, aunque esto les suponga tener que recomenzar muy a menudo. No importará: se levantarán una vez más de cuantas caigan. Son honestos con lo que su corazón ha experimentado y, aunque a veces les sobrevendrá la duda (comprensible cuanto menos), no abandonarán a su maestro. Sí, está el episodio de la Cruz, pero no es justo decir que abandonaron por completo al Señor. Tuvieron miedo, pero no renegaron del todo, como sí hizo Judas.

Pidamos al Señor esta conciencia de fe, esta sencillez, la santa simplicidad para seguir al Maestro. La honestidad para reconocer que hemos de convertirnos cada día como los discípulos hicieron. Marchemos en pos de ÉL fiándonos de que sólo Él tiene palabras de vida eterna. Porque, como dice el salmo de hoy: ‘Tú eres, Señor, Altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses’.