Encontramos hoy el primer mandamiento de la Ley de Dios, el conjunto de imperativos con los que el Señor creó y otorgó una vocación al hombre: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gn 1,28). Fecundidad, posesión, autoridad y dominación. ¡Es brutal lo claramente descrito que relata el Génesis la “función” del hombre en este mundo!

El primer proyecto del Señor contenía esta harmonía de lo creado según un orden determinado, escalonado, estructurado. Así es como se debe comprender el don de la naturaleza: aquello que determina el modo de ser y actuar propio de cada criatura, y que se enmarca en el cosmos de relaciones infinitas con el resto de la creación. Algo que hay que seguir meditando si no queremos que el ser humano deje de existir. El diamante, el musgo, las bacterias, un león, una persona. Todos comparten el hecho de ser criaturas, pero no todas comparten igual dignidad.

La revelación genesíaca es prístina, sigue vigente en el corazón humano. Y por eso, muchos desean borrar el datos creador, que sean arrancados esos imperativos tan contundentes fundacionales de la misma naturaleza humana: no solo en ciertas filosofías, sino incluso dentro de algunas corrientes teológicas. No molesta el hecho de ser criaturas: molesta el hecho de tener un Creador, origen de una naturaleza y una vocación clarísima que escapa al control de la ingeniería social.

Yendo a un elemento menos descriptivo, más íntimo, al hecho de ser creados, nos topamos con la revelación de un designio precioso: somos criaturas amadas, esperadas, cuidadas. Tenemos un origen de amor que, al mismo tiempo, señala nuestro fin: ser amados infinitamente y ser creados por ello, constituye la llamada a amar más profunda que hay en el fondo de nuestra alma, el big-bang del sentido de nuestra vida.

Lo que narran las primeras páginas de la Escritura Santa no sólo nos remite a milenios atrás, sino que sigue actualizándose hoy en cada concepción, y en cada latido de nuestro corazón. La vida es la realización del amor, que persigue una plenitud.

El hecho de haber sido creados por amor significa que mi amor ya es en sí mismo una respuesta a ese amor primero.