El hombre y la mujer, que en hebreo se traduce como «varón y varona», son imagen de Dios en su complementariedad. Así como en Dios hay Personas divinas que son Dios, distinguibles pero nunca separables, la identidad sexuada del hombre y la mujer alcanza su perfección no en la soledad, en la individualidad, sino en la comunión: para hablar de la especie humana, no podemos hablar sino del hombre y la mujer, ambos, en su unidad y en su diferencia.

¡Hasta la diferencia del cuerpo nos habla de esa distinción y al mismo tiempo esa unión! La “unidad en la diferencia” que vemos en Dios, por analogía se prolonga al misterio de la persona humana, que no puede ser reducida nunca al mero individuo. Un hombre solo o una mujer sola no nos hablaría de la “humanidad”. El cuadro completo nos lo dan los dos al mismo tiempo. Por eso, en la sonda Pioneer 10 enviamos al universo una “foto de familia”, convertida ya en uno de los iconos de la era espacial.

El género define completamente nuestra naturaleza: somos hombre o mujer. Si nos olvidamos de este dato, rompemos la garantía del sello de fábrica, del que hablábamos hace unos días. Hay quien dice que el género es una imposición social y cultural, pero en realidad nos habla de nuestra identidad más profunda a vivir la vida. La masculinidad es la identidad de la vida para el hombre; y la feminidad para la mujer. Lejos de un rol impuesto, se trata de un camino a recorrer en la vida, la vocación original a amar como hombre o como mujer. No se puede separar el género de la persona, y mucho menos del cuerpo. Rompe la unidad de esos tres elementos, esenciales en la vida humana y el camino de madurez personal que cada cual debe recorrer (¡ojito con la eterna adolescencia de algunos).

Habrá quien saque a colación las situaciones complejas en la afectividad de muchas personas, causa de un sufrimiento atroz. Pero eso es la excepción que confirma la regla. Ya se encarga el pecado de convertir la excepción en regla, sobre todo en esta locura de ideología de género que no deja de engendrar personas partidas, rotas por dentro, sin sus problemas resueltos, porque les ofrecen constantemente una sarta de mentiras de laboratorio como drogas que adormecen su libertad más profunda en busca de la verdad.

Cosa, por cierto, a la que también podemos encontrar excepciones: personas que han sanado su afectividad partida acudiendo al Médico adecuado, con un tratamiento prolongado de misericordia, unas infusiones de verdad, una dieta a base del pan y el vino de la eucaristía, curando su soledad con la comunión de hermanos. Pero mostrar a estas personas sanadas ya es el colmo de ir contracorriente en un mundo que propone que desayuno, comida y cena podemos vivirlo encarnando un género diferente, con las 37 identidades de género multiplicadas por las 10 orientaciones sexuales reconocidas… ¡¡Más correas que el iWatch!!!

Al principio, Dios lo creó todo a su imagen y semejanza, hombre y mujer lo creó, y vio que era bueno… ¡buenísimo!

Hoy pedimos a la Virgen de Lourdes, en esta Jornada Mundial del enfermo, por esta gravísima enfermedad que consiste en olvidar nuestro ser creados como hombre y mujer.