Los niños no saben mentir. Por eso, cuando les pillas, ponen caras evasivas, o salen corriendo. Eso hicieron Adán y Eva: el instinto del pecado huye de la vida, de la luz, porque no la soporta. Por eso se escondieron, como si algo pudiera quedar oculto a la mirada de aquél que es los ojos mismos de la creación entera.

La pillada que les hace el Señor va seguida de un cruce de acusaciones. El Señor tira de la manta siempre, porque desenmascara el pecado. Y ante la desnudez del mal, nosotros intentamos vestirlo continuamente con justificaciones, que ineludiblemente vienen en forma de victimismo, ignorancia o acusación a otro. Parece que hay causa justificada en el pecado.

Ayer vimos que el pecado nos dejó vacíos, porque es un agujero negro en el corazón que desea arrancarnos la vida que pone Dios. Ese agujero negro nos rompe por dentro, nos hace vulnerables y frágiles, y esa desnudez la tenemos que cubrir para que no la vean los demás. Hemos perdido la transparencia originaria.

La maldición al diablo contiene la promesa de una nueva Eva, la Virgen Inmaculada, a la que se representa con el diablo bajo su pies. Para un amante de los ofidios, distingo claramente entre el diablo, objeto de la maldición, y los bellos reptiles sin extremidades. En la primera página de la creación, el Señor ya está diseñando la historia de la redención. Dios se empeña en hacer siempre el bien: maldice lo que es maldecible, bendice lo bendecible.

Y la herencia del pecado para el hombre, el verdadero “regalo” del pecado para el hombre y la mujer: preñez sufriente, dolores en el parto, lujuria, violencia, trabajo agotador, muerte. ¡Vaya perlas! ¡Con lo bien que estaban en el Edén!

Hoy es sábado, día dedicado a la nueva Eva. Le pedimos a ella que aprendamos a desnudar el pecado y no a vestir nuestra culpabilidad.