Fiesta de Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, patrona de Europa. Lecturas propias: 1Jn 1,5-2,2. Sal 102. Mt 11, 25-30
“En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños»”.
Podríamos decir que en Santa Catalina de Siena, terciaria dominica, tenemos una encarnación de este evangelio. Procedía de una familia humilde y aprendió a leer y escribir ya talludita. A pesar de estos vacíos de curriculum, el Espíritu Santo es capaz de hacer de las suyas a través de corazones dóciles y piadosos.
Encontramos a lo largo de la historia de la Iglesia cómo la acción del Paráclito eleva a las cumbres de la santidad a personas que llegan allí no por la vía del brillo académico, ascendencia familiar o posición social. Estos logros humanos, que pueden ser muy meritorios, no son necesariamente cualidades para alcanzar la santidad. Por eso, aunque encontramos grandes teólogos que llegan a altas cimas en el conocimiento divino, como quien sube una ardua montaña paso a paso, encontramos al mismo tiempo santos que, sin brillar por unas cualidades académicas, se dejan llevar de tal modo por el Espíritu Santo y corresponden a la gracia de tal modo que llegan a esa misma cima como con alas.
Esta contemplativa mujer, que apenas vivió 33 años, fue decisiva para iluminar la situación complejísima en que se encontraba la iglesia de su tiempo, allá por el siglo XIV. Las tensiones políticas y sociales azotaban la barca de Pedro, cuya residencia se encontraba al amparo del rey francés, en Avignon, muy lejos de la tumba del pescador. Aun después de conseguir que la residencia volviera a estar junto a la tumba en la ciudad eterna, Catalina tuvo que enfrentar males mayores, como los inicios de lo que se convertiría en el cisma de occidente, una llaga dolorosísima en el corazón de Cristo.
Mujer intrépida, dada a la mortificación e incansable oración, pacificó cuanto pudo y dio testimonio de la paz que Cristo trajo al mundo, tan fácil de olvidar para los hombres que se abandonan a la mundanidad.
Junto con santa Brígida de Suecia y Teresa Benedicta de la Cruz, fue declarada por san Juan Pablo II como patrona de Europa en 1999, víspera del gran jubileo del tercer milenio de la era cristiana.
Después de haber dedicado una semana leyendo fragmento a fragmento el evangelio de san Juan, a meditar sobre el concepto de Jesús como Pan de Vida, la presencia real de Cristo en la Eucaristía, ahora, san Juan, durante esta semana nos está hablando de Cristo como la Palabra de Dios, como la luz del mundo. Es un concepto muy típico de san Juan la luz que lucha contra las sombras.
Jesús, luz. Jesús… el Señor que viene a traernos la luz salvadora, porque la luz ya es el principio de la salvación, no es suficiente, yo puedo distinguir el bien del mal y sin embargo hacer el mal y, sin embargo, no obrar el bien. Pero bueno, tengo que empezar por distinguir el bien del mal.
Empieza este fragmento de hoy de una manera que merece la pena destacar. Dice: “En aquel tiempo, Jesús gritó”, gritó. No es la primera vez que vemos a Jesús gritar, por ejemplo, cuando expulsaba a los demonios. En el templo, cuando expulsaba a los mercaderes. Pero no es frecuente ver a Jesús gritar, era una persona tranquila. Gritó, ¿por qué? Uno grita en un arrebato de cólera. No es el caso. Un ataque de ira.
No es el caso, pero una grita para que le oigan los que están lejos. Y grita para que quede constancia de la importancia que da a lo que va a decir. Está hablando, seguramente, en un contexto… pues no parece que esté hablando en un contexto polémico, sino un contexto relativamente familiar, próximo, y, sin embargo, grita, no porque esté enfadado, no está lleno de ira.
Quiere dejar constancia de la importancia que tiene esto que enseña. El Señor gritó: “El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado. El que me ve a mí, ve al que me ha enviado.
Yo he venido al mundo como luz, y el que cree en mí, no quedará en tinieblas”.
Recemos el Santo Rosario de cada día. Pidamos por la Paz a la Virgen María; por los niños que no conocen a sus padres, para que conozcan al único Dios verdadero y Padre nuestro. Por la Paz del Mundo.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel
josemanuelgarciapolo@gmail.com
Reflexión del día de hoy: Miércoles, IV semana de Pascua (28.04
Jesús, que conoce a fondo nuestra vida porque él fue hombre como nosotros, sabe que a veces se nos hace muy cuesta arriba y el cansancio nos invade. Jesús, que viene como siempre en nuestra ayuda, quiere que salgamos victoriosos de nuestros agobios y cansancios. Para ello, nos invita a que sigamos sus pasos “aprended de mí”, que le imitemos, que carguemos con su “blando yugo y su carga ligera”
“… nadie conoce al Padre sino el Hijo…”
“… asociados al misterio de Cristo…”
“… manifestación de su gloria…”
“… unidos unos con otros…”
“… fervor creciente…”
“… gente sencilla…”
Santa Catalina “matrimonio místico “
Esposa del Espíritu Santo , intercede por nosotros
Mi Reflexión: del día de hoy. Santa Catalina de Siena (29.05.2021)
Pocas frases tan hermosas y esperanzadoras hay en el Nuevo Testamento como estas que acabo de leer: “Venid a mi los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Pero también pocas frases que se presten tanto a la confusión, tan difícil es de entender, en el sentido en que Jesucristo las pronunció.
Primero porque no entendemos, o no queremos entender lo que exactamente dijo el Señor. No estamos ante una promesa política. Los políticos, sobre todo en época de elecciones siempre prometen todo, y ellos mismos después no lo cumplen, y tienen la desfachatez de decir, “bueno, eran promesas electorales”.
Aun así, los votantes, una, y otra, y otra vez, pican, caen en la trampa. Jesús no es un político, no está haciendo una promesa electoral. Está hablando de algo real, una de sus promesas junto a la del perdón de los pecados, y la de que nos llevará al cielo si morimos en gracia. “Venid a mi los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Pero repito, hay que entenderla como la dijo el Señor, porque algunos no la entienden así y viene entonces la frustración. Dice: “os aliviaré”. Aliviar significa hacer más ligero algo, lo que sea. Hacer más soportable algo.
Pero no significa quitar algo. El alivio es que lo que antes te costaba diez, ahora te cuesta cinco, o cuatro, u ocho, pero te sigue costando. El alivio no es la supresión, en este caso, de la carga, del problema. Es la disminución del problema. Por eso, cuando algunos entienden esta promesa del Señor como que al rezar el Señor te va a curar de todas las enfermedades, te va a hacer rico, te va a hacer eternamente joven, etc., etc., y después se sienten defraudados es porque han esperado algo que Jesús nunca prometió. El Señor nunca dijo que sus seguidores, o los que le rezaran, no iban a tener problemas en la vida.
Aquellos que le escuchaban sabían perfectamente que la persecución estaba encima, y el acoso que Jesús sufría, que terminó llevándole a la cruz, estaba ahí. Siempre, continuo, con aquellas polémicas permanentes con los fariseos.
Nadie se engañaba ¿Por qué entonces nos engañamos nosotros? El alivio se produce siempre. Jesucristo no miente, lo que pasa es que nosotros quisiéramos que no fuera alivio, sino que fuera supresión, que desapareciera completamente el problema que tenemos. Pero eso no es lo que Jesús ha prometido.
Rezamos el Santo Rosario de cada día pedimos por los dos periodistas asesinados en Burkina Faso. Y por sus familiares.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel.
josemanuelgarciapolo@gmail.com
Hoy ha sido un día feliz. He podido pasar un buen rato acompañando A Cristo en el Sagrario, después del Sacramento del Perdón y más tarde la Eucaristia. Gracias Señor, por este día.