En la cena de despedida, Jesús revela a los discípulos que cambien su cara desconcertada ante el fin de sus días aquí en la tierra: se va a la casa de su Padre a prepararles un lugar. En el evangelio de Juan, la pasión y muerte —que esa es la despedida— es el paso necesario para llegar a la glorificación del Hijo, la revelación plena de quién es en realidad Jesús de Nazaret. Y esa gloria se transforma también en una plenitud de gracia que trae el Mesías a la humanidad. Gloria universal que pretende derramar en todos y ofrecer a todos los que libremente acepten la fe y crean en Él.
En la última cena se hacía necesaria una promesa del Cielo que consolase a los discípulos… y revela una preciosísima forma de describir el Cielo: un gran casoplón en que estaremos regocijándonos para siempre en un ambiente familiar, disfrutando de lo lindo de la finca, la piscina, las comidas, veladas infinitas, karaokes, planes de excursiones… Ni el mejor de nuestros veranos en casa de los abuelos, o los primos, o unos amigos se podrá asemejar a la entrañable experiencia de la comunión divina con la Trinidad y todos nuestros seres queridos, sin olvidar a los ángeles y, por supuesto, la nueva creación como telón de fondo de nuestras aventuras. ¡Sólo de pensarlo ya he cogido el móvil para hacer fotos!
El salmo 2 revela la filiación divina, que es el gran regalo que nos hace el Padre en el bautismo: nos asemeja a su Hijo Jesucristo, de modo que la promesa que le hace a Él, también nos la participa a cada uno de nosotros. La casa del Padre de Cristo es también mi casa. Y no sólo la casa, sino la creación entera: “te daré en herencia las naciones”.
Gracias Padre’ seria maravilloso el cuadro que nos pinta. Ya me lo imagino. Tambien tengo mi teléfono presto para esa foto maravillosa en ese casaron, en que solo existe la felicoda la Santisima Trinidad y María feliz de ver reunidas a sus hijos, en amor y compañía . Quiero llegar cuanto antes. Soñar hoy con ello. Pero deseando que sea realidad
Queridos hermanos.
El Evangelio de hoy, nos recuerda que Jesús nos prepara morada, que la vida no termina en la frialdad, soledad y oscuridad del sepulcro. La muerte ya no puede humillar a la vida, por eso Jesús termina diciéndonos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. No lo olvides: “Yo soy”. Es la forma de decirnos: “Yo tengo el ser y Yo doy la vida, la existencia; y además, soy el camino que orienta y dirige.
Soy la verdad que libera y que muestra el sentido, la finalidad y la meta. Soy la vida que restaura, que llena de plenitud y supera el límite de lo caduco y pasajero”.
Reza el Santo Rosario cada día en compañía de la Virgen María, y pide por los niños huerfanos que no han conocido a sus padres por circunstancias de la vida; por la Paz en el Mundo; por los que todavía no conocen a Cristo; por los dos periodistas asesinados en Burkina Faso y por el sufrimiemto de sus familiares. Pidamos a la Virgen María por todo ello.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel
josemanuelgarciapolo@gmail.com
Necesitamos, como los discípulos, contundencia, seguridad, alguien que nos señale el camino. Debemos repetirnos muchas veces: Señor, danos la valentía de escuchar tu paso silencioso por los senderos de este mundo. Sin esa valentía es posible que no podamos seguirte en medio de tantas encrucijadas.
“… hay muchas estancias…”
“… Nadie va al Padre, sino por mí…”
“… vivamos siempre en ti…”
“… nuestra vida en Cristo…”
“… felicidad eterna…”
“… Tú eres mi Hijo…”
Reina y Madre de Misericordia intercede por nosotros
Me gustó mucho esta meditación. Nos da mucha esperanza!
Lo mismo que Dios pone ante nuestra mirada la creación, y decimos: “Señor, yo creo en ti, estoy seguro de tu existencia”, Cristo pone ante nuestra mirada a su vida, incluida su resurrección.
Y lo mismo que es irracional no creer en Dios, es irracional no creer en la divinidad de Jesucristo, con todo lo que eso significa, es decir, si Cristo es Dios, sus palabras son verdaderas y dentro de sus palabras, bellísimas y esperanzadoras, están estas: “[…] en la casa de mi padre hay muchas moradas, me he ido a prepararos sitio: volveré a buscaros”. Hay vida eterna y por eso dice, vuelvo a repetir, “no se turbe vuestro corazón” porque efectivamente nuestro corazón está turbado, no solo por la enfermedad y la muerte.
Hay tantos motivos de turbación: “no se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí”. Señor, yo confío en ti, yo confío en ti, y además tienes derecho, Señor, a que yo confíe en ti. Tienes derecho a eso porque te has ganado con creces mi confianza.
Termina este bellísimo pasaje del Evangelio de San Juan contestando Jesús a esta pregunta de Tomás, que era el hombre de las dudas, pero que sus dudas daban pie a maravillosas respuestas. Le dice Jesús a Tomás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. ¡Vaya definición!, ¡vaya autobiografía!, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Jesús es el camino, a través de Él tenemos que pasar, por Él tenemos que transitar, a Él le tenemos que recorrer con su imitación. La imitación de Cristo: “Yo soy el camino […]” que a través de la verdad, a través de mis enseñanzas que son La Verdad: no una verdad, mi verdad, tu verdad, su verdad, un pedacito de la verdad…, sino La Verdad. “Yo soy el camino […]” que a través de la Verdad te va a conducir a la vida, a la felicidad aquí en la tierra y a la vida eterna.
Hay vida eterna, que “no se turbe vuestro corazón”; es inevitable sufrir, es inevitable, por tantas cosas sufrimos, pero hay vida eterna. Esta es nuestra esperanza y Cristo confirma con su vida, muerte y resurrección que tenemos motivos para tener esta esperanza y para creer en la vida eterna sin agobiarnos.
Te invito a que reces el Santo Rosario conmigo, con tu grupo o en familia. Y juntos pidáis por la fe que no se ve, pero se siente; por las personas que cada día cuando se levantan, dan gracias a Dios por ese día nuevo que comienza; por la Paz del Mundo.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel
josemanuelgarciapolo@gmail.com