Cobradores de impuestos y gentes de mala fama. Menuda panda la de quienes comían codo con codo con el Señor. No me extraña que los fariseos se escandalizaran. Los cobradores de impuestos no cobraban para su pueblo, sino para Roma. Eran unos apestados sociales, pecadores públicos, eran los señalados, el suelo que pisaban se escupía y a ellos se les maldecía. Y se nos pueden ocurrir un millón de trabajos sucios para esos que el evangelista denomina gentes de mala fama, ¿los que habían estado en prisión?, ¿quizá sospechosos de trabajos sucios, proxenetas, colaboradores de los romanos, falsarios? Menuda ralea. Lo chocante es que el Señor no le da la más mínima importancia. Cristo está con los hombres, pone con ellos banqueta y escudilla y da conversación.

Qué bien se nos da actuar de lejos. Cuando alguien lo pasa mal le mandamos un whatsup y cumplimos. De lejos nada compromete, es más fácil. Hay mucha gente a la que hemos señalado con el dedo porque sencillamente hemos concluido que no podemos estar cerca de ellos, y bien que cumplimos. Ni a dos metros nos ponemos. Toda proximidad es un reto. Cuando en días especiales el Papa come con los más desfavorecidos de Roma, no lo hace para darse el gusto de la foto, “mira el Papa qué bueno es, come con los pobres”. A estas alturas de su vida, Francisco no hace propaganda de sí mismo, su mensaje es muy claro: o nuestras acciones son concretas y de cerca o Dios no las ve. Dios no ve de lejos, se le escapa todo cuanto está más allá de su alcance. Hasta para rezar no hay que fugarse, basta con entrar en la habitación propia y cerrar los ojos.

Estamos un poco tristes en el hospital, durante el curso que viene los voluntarios tampoco van a poder acercarse a echar un tiempo con los enfermos. Es una pena. Venían muchos jóvenes de los colegios mayores de alrededor a gastar un par de horas charlando con los que tienen quizá la pobreza mayor, la de la salud. Pasaban antes por la capilla para prepararse y luego comentaban con los capellanes la jugada diaria. De cerca. Una visita a un enfermo da para el relato de la aventura de una vida. Cuántos voluntarios me han dicho que el enfermo tal les ha contado lo feliz que era en su pueblo de la Mancha, y me lo decían sorprendidísimos, “pero si yo no sabía qué decirle, lo único que hice fue sentarme al lado de la cama y dejarle hablar”. Esa es la magia de la proximidad, el enfermo se cura de su soledad, el pecador deja su vida previa y se apega al Señor, el resentido olvida su pasión y le da una nueva oportunidad a quien fuera un enemigo.

No olvides nunca la imagen del Señor comiendo con las gentes de mala fama