En el Evangelio de ayer contemplábamos el mandato y envío de Cristo a sus Apóstoles a proclamar que el Reino de los Cielos está cerca. También nos advertía cómo habrá muchos que no querrán oír. A continuación, las advertencias del Señor suenan más fuertes. No sólo no querrán oír: “os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa (…). Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra los padres, y los matarán. Todos os odiaran por mi nombre”. No quiere que seamos sorprendidos por esa resistencia al Evangelio y contemos con ello. Mientras está en la tierra, la Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (San Agustín, De civ. Dei XVI, 52, 2), anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Cor 11, 26).

En algunos lugares del mundo esto ocurre literalmente y a los cristianos les cuesta la vida confesarse como tales. A muchos no les cuesta literalmente la vida, pero en ocasiones sí padecer comentarios despectivos, o se les impide progresar en su profesión, o sencillamente no ser tenidos en cuenta. Es importante no perder de vista que la vocación cristiana es vocación martirial. Hemos de estar dispuestos a padecer la injusticia y no temer a ser perseguidos de cualquier manera. Jesús nos anima: “cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro padre hablará por vosotros”. Todo cuanto sucede es algo con lo que la Providencia de Dios cuenta, llenémonos de esa seguridad, Él hará justicia, pondrá las cosas en su lugar: “creedme, no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del Hombre”. No es que deseemos ningún mal a quienes puedan perseguirnos de cualquier modo, al contrario, deseamos su conversión y su salvación. El Papa Francisco nos recordaba en Evangelii gaudium cómo “el discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora”.

Necesitamos estar muy unidos a Cristo. Sólo así superaremos los temores. “El renovado ardor apostólico que se requiere en nuestros días para la evangelización, arranca de un reiterado acto de confianza en Jesucristo: porque El es quien mueve los corazones; El es el único que tiene palabras de vida para alimentar a las almas hambrientas de eternidad; El es quien nos transmite su fuego apostólico en la oración, en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía. ‘He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?’ (Lc 12, 49). Estas ansias de Cristo siguen vivas en su corazón.” (San Juan Pablo II, Salto (Uruguay), 22 – V – 1988)

María, Reina de los mártires nos lleve a perseverar en el seguimiento y anuncio de su Hijo, para que pueda cumplirse el deseo de Dios de que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tim 2,4).