Las duras palabras de Jesús a Pedro son un reflejo del dolor de su corazón. Es el mismo Pedro que será tentado en la pasión por el enemigo: «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para cribaros como trigo que se limpia, pero yo he rogado por ti para que tu fe no se venga abajo, y tú cuando hayas vuelto tendrás que fortalecer a tus hermanos» (Lucas 22,31-32). Y también ese enemigo es el mismo que ahora habla a través de los labios de Pedro. Por eso Jesús tiene esta reacción tan airada, está defendiéndose de un ataque real que además y por venir de donde viene resulta mucho más doloroso de lo normal. La reacción es explosiva porque Satanás estaba sirviéndose de una persona muy querida.

Hay situaciones que nos permiten entender esta otra, por ejemplo, cuando un niño pequeño corre inconsciente del peligro que eso tiene hacia una carretera por donde pasan coches a gran velocidad y entonces su padre o su madre al darse cuenta corren detrás para tratar de alcanzarlo e impedir que suceda una tragedia. Los coches frenan, se oye un claxon que avisa del peligro y el niño se salva entre gritos y empujones. Entonces, en ese momento, aunque probablemente no fuera necesario porque bastante susto tiene el niño en el cuerpo, esos padres casi fuera de sí regañan con dureza y con violencia al niño insensato. El resto también nos lo podemos imaginar: el niño llora asustado y todos se abrazan y se besan sin parar. Yo imagino esta escena así también. Obviamente aquí el niño es Pedro. Y Jesús el que lo salva in extremis. “Con eso no se juega. No vuelvas a hacerlo, ¿me oyes? Es muy peligroso”.

Tenemos muchos ejemplos que nos dan la razón cuando decimos que con Satanás no se puede dialogar. Es más listo que nosotros y su propósito solamente nos puede destrozar. Lamentablemente algunos acontecimientos muy recientes de los que se hacen eco los medios de información religiosa nos lo demuestran. Satanás no se anda con chiquitas, va a por lo suyo, caiga quien caiga. Es muy sibilino. siempre se esconde y no da la cara para entrar y enseñorearse de nuestra vida. Su manera sutil de imponerse responde casi siempre el mismo esquema. Su poder de persuasión no se centra tanto en nuestros fines sino en los medios que elegimos para alcanzar aquellos.

Aquí sucede así. Pedro quiere ver el triunfo, la gloria de Jesús, el mesías, el ungido de Dios, igual que lo quiere ver su Padre del cielo, pero los caminos que uno y otros diseñan para conseguirlo son absolutamente opuestos. El camino que el Padre va a mostrar a su Hijo es el camino de la docilidad y obediencia a su voluntad y el de la compasión y misericordia con los hombres. Un camino que pasará inexorablemente por la cruz para llevar a Jesús a la luz, a la victoria. Por eso, Jesús anuncia que va a ser rechazado, despreciado, humillado y finalmente condenado a muerte de cruz, si bien la última palabra que pronunciará Dios será su resurrección. Y ante este modo divino de realizar la redención Simón Pedro se revela y propone un camino alternativo, evidentemente más fácil, el clásico atajo. Pero en realidad esto es el fruto del engaño diabólico, es decir ese camino no es verdad no llega a donde realmente pretende llevarnos sino al contrario nos conduce directamente a la ruina total. A la muerte eterna.

Por eso Jesús reaccione tan violentamente porque ama a Pedro entrañablemente y comprueba con qué facilidad puede dejarse arrastrar a la perdición. Y de paso volviéndose a los demás le recrimina ante ellos y les enseña cuál es el camino del discípulo: “el que quiera venirse conmigo, niéguese a sí mismo, que cargue con su cruz y que venga detrás de mí”.

Este es el camino trazado por Jesús para la Iglesia, para nosotros. No hay ni puede haber otro. Solo Jesús es el camino, la verdad y la vida.