Cuando se acaba el año, generalmente, se suele hacer balance para destacar lo más bonito, hacer examen de errores y hacerse algún propósito de cara el nuevo año. Hoy celebramos una solemnidad que resume, al final del año litúrgico, lo más importante, que parte de una base clara: Cristo es rey.
Dijo Blaise Pascal que hay tres órdenes en el plano de la realidad: el de lo material, el de lo inteligente y el de la santidad. Pues bien, en realidad nos pasamos el año litúrgico celebrando que Cristo reina sobre cada uno de estos planos: en la Epifanía, celebramos cómo los magos adoran al Señor dejando tirado a Herodes, dejando claro quién es el rey de los reyes de este mundo; en la Pascua, donde Cristo reina sobre la muerte y el mal; en la Ascensión, donde celebramos que Él reina eternamente en el Cielo a la diestra del Padre. Y así en tantos otros momentos. Y el evangelio de hoy nos desvela el modo concreto en que Cristo reinó: dando testimonio de la verdad. Él es la suma verdad que trasciende a todo lo que podamos imaginar. Ahora bien, como dice Pilatos, ¿qué es la verdad? Qué quiere decir que Cristo es rey dando testimonio de la verdad.
Es muy interesante ver qué entendía un judío por verdad. En hebreo, verdad se expresa con emet, que es la verdad como fidelidad, apoyo y seguridad en la promesa. Es un sostén, el emet es lo que no defrauda, la columna que sostiene el peso que se le coloque encima, que soporta toda carga. De aquí viene amén, que quiere decir eso mismo: voy a ser fiel, no voy a defraudar, mi palabra es firme como es firme la palabra de Dios. En latín sería fiat, que es el sí firme y definitivo, con la seguridad puesta en Dios, como pronunció María con la promesa al ángel. De aquí vendrá la constancia, la fidelidad, la fe. Por tanto, la fe y la verdad, son para el judío la palabra segura, la de Dios, la promesa.
¿Y en el idioma de Pilato? En latín, verdad se expresa con veritas, que es la verdad como decisión jurídico-religiosa, pues estas dos realidades se juntan en la misma figura, el emperador o el rey, según la época. También indica el temor sagrado, el respeto y la protección, pero siempre vinculada a la divinidad. El Veredictum es la decisión religiosa y obligatoria tomada por las personas de o del culto.
Y, ahora, juntemos ambos significados y unamos lo que significa que Cristo es Rey. Pues encontramos que Jesús es todo eso exactamente: es la Palabra fiable de Dios, como dice san Juan; es la verdad, como dice Él mismo; es el cumplimiento de todas las promesas de Dios. Además, Él es quien nos protege, como hacen los buenos reyes con sus súbditos. Esa es la verdad única expresada en Cristo que reina: que Dios es fiel; que Dios guarda siempre su alianza pese al pecado del hombre; que Dios se abaja para abrazar al hombre y nos coge en brazos para llevarnos al Cielo.
Cristo es rey, también, porque ha recorrido el mismo camino que nosotros, porque conoce nuestra tierra, no es un rey déspota que vive al margen de su gente. En palabras del Papa Francisco, no rechaza periferia alguna, sino que busca unir a todos desde la mayor de las humildades. Por eso rechazó ser rey al modo humano durante su estancia entre nosotros. Él sabía que le habría sido inútil venir como ese rey fastuoso. Su reino no es de ese orden y como tal vino: para vestirse la corona de la verdad, la corona de la fidelidad a los hombres, aun en nuestro pecado, aunque que fuera de espinas y le escupieran a la cara. Aunque lo matáramos. ¡Qué bueno es Dios que no cambia de planes a pesar de la traición del hombre! ¡Que mantiene sus brazos abiertos en Cristo para volver a llamarnos, como el Padre con el hijo pródigo!
Ahora pensad y dad gracias por la fidelidad de Dios para con vosotros, por su paciencia, por su rostro misericordioso. Rezad y dad gracias por cómo nos ha protegido siempre, aun cuando no lo veíamos. Esta semana, como colofón del año, os animo a pararos y a escribir, si queréis, cómo ha sido vuestro año. Pero no para lamentarse, sino para dar gracias, para descubrir el paso de Jesús por vuestras vidas. ¡Gloria y honor a Cristo rey!