El adviento no es un juego. La venida de Jesús no es una broma. Nos va la vida en ello. Porque este mundo no tiene solución si Dios no viene a salvarlo. Ya lo hizo hace dos mil años, lo sigue haciendo en el presente y esta obra de la salvación que Dios ha comenzado, él mismo la llevará a término. Esa es nuestra esperanza.

Hoy como tantas otras veces me ha regalado Dios la posibilidad de acompañar a una familia que estaba velando a un ser querido fallecido. Y pensaba… ¿Qué sería de nosotros sin nuestro salvador, Jesucristo? Ante un acontecimiento así… ¿Qué nos cabría esperar? Esta navidad, en medio del dolor por el recuerdo de otros años, esta familia entenderá la hondura del misterio que se celebra mejor que nunca. Este niño que va a nacer humilde y pobre en Belén de Judá, es el rey poderoso que vendrá al final de los tiempos para juzgar a vivos y muertos y entregarle todo al Padre. Es el que murió y resucitó y es también el que cada día viene al altar para que lo recibamos con fe y comamos el pan de vida eterna y bebamos el cáliz de eterna salvación.

Por eso el adviento es tan urgente, porque la Iglesia entera puede convertirse para todo el mundo, en un signo elocuente de que algo puede cambiar, porque Dios se ha implicado absolutamente con nosotros. No hablamos de una “salvación a distancia”, algo así como una “tele salvación”. No. Dios viene a habitar en medio de nosotros como uno más. “Y así, pasando por uno de tantos, se sometió incluso a la muerte…”

Dios viene a nosotros para plantar su tienda en nuestro campamento. No viene de visita. Viene para quedarse. A nosotros nos toca recibirle. Porque “vino a los suyos y no lo recibieron”. Él viene como cordero que quita el pecado del mundo, a cargar con nuestros pecados y delitos. El inocente por los culpables, para llevarnos a Dios.

Por eso la liturgia del primer domingo nos despierta del letargo generalizado en que vivimos y nos advierte del peligro de que este adviento del Señor del año 2021 pase desapercibido en nuestras familias y comunidades. Son tantas las distracciones que nos asaltan y tantos los planes que se nos proponen en estos días, que es muy fácil que nos apartemos de lo único importante.

Se nos advierte en concreto del peligro del vicio, las borracheras y los afanes de la vida; cosas, todas ellas, muy de este tiempo prenavideño. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar como los demás y apartar la mirada de Cristo, que viene a nuestra vida. Quizá sea un buen momento para quedarnos cara a cara con él y preguntarle qué es lo que le podemos llevar al portal, de ofrenda, el día de su nacimiento. Seguro que nos sorprende y nos marca un camino que casi seguro que no tiene nada que ver con nuestros retos diarios del calendario de adviento que tenemos pegado con imanes a la puerta de la nevera.

Porque es cuestión de vida o muerte y no está el horno…

¡Ven pronto, Señor! ¡ven salvador!