“De tal palo, tal astilla”. En Caná de Galilea María, la madre de Jesús, fue la que descubrió la necesidad de los novios, necesidad que pronto iba a ser también la de todos los comensales invitados a la boda. Aquí es Jesús el que se anticipa y se da cuenta de la necesidad de aquella muchedumbre que llevaba varios días en lugar despoblado y por tanto sin poder encontrar nada que comer.
En Caná de Galilea fue María la que dijo a los sirvientes que hiciesen lo que él les dijera y allí sucedió el primer signo gracias al cual se manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Desde entonces no hacía falta que María dijese nada a los discípulos, ya sabían que tenían que hacer lo que él dijera.
Jesús podía haber hecho en uno y en otro caso cualquier cosa por sí solo, sin necesitar a nadie que le ayudara, pero en ambos casos quiso contar con la ayuda de otros. Y eso… ¿por qué? Porque Jesús antes que contagiar su actividad quiere contagiar su compasión, esta conmoción profunda de donde nace aquella.
Jesús no se limita a compadecerse de la multitud hambrienta, sino que reúne a sus discípulos y les informa de esa inquietud. Porque Jesús antes que necesitar nuestra actividad quiere suscitar en nosotros sus mismos sentimientos. Es una cuestión de corazón. Quiere que también nosotros sintamos cómo nuestro corazón se compadece por la necesidad ajena.
Los discípulos plantean una objeción y junto con ella la magnitud del problema. Se trata de algo imposible, ¿quién podría dar de comer a una multitud hasta saciarla en un lugar despoblado? Una vez hecha esta pregunta ya brota espontánea la respuesta en nuestro interior: “para los hombres es imposible, pero nada es imposible para Dios”. Quien, además, como siempre, no hace nada sin contar con nosotros. En este caso pide que le traigan todos los panes que tienen los discípulos; con esto también nos enseña que nuestros cálculos o mejor dicho nuestra lógica no es suficiente para describir su modus operandi en nuestra vida; porque lo que Dios pide para lograr milagros en la vida de sus discípulos no es ni mucho ni poco, sino sencilla y llanamente… “todo”, aunque pueda parecer insuficiente. Y cuando a un Dios que le da todo, el hombre le responde dándolo todo a su vez, entonces sucede el milagro, una vez más la sobreabundancia: todos comieron y se saciaron y aún recogieron siete cestos con sobras.
Sobreabundancia de vino, el mejor, el excedente, en Caná; sobreabundancia de pan en el desierto. Sobreabundancia de pan y de vino en la eucaristía, pan de vida y bebida de salvación.
Dios sacia el hambre de la multitud necesitada de Dios, colma la necesidad de vida y de alegría de aquellos que llamados a dar amor sentían la amenaza de quedarse sin subsistencias. No debemos tener miedo. Jesús y María nos muestran humanamente hablando la providencia amorosa de nuestro padre del cielo que sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos y que nos alimenta con el pan de la vida, el pan nuestro de cada día.
Querido hermano
El Evangelio nos dice que cuando se comparte lo, mucho o poco, que tenemos, alcanza a todos y aun sobra: «Comieron hasta saciarse, y se llenaron siete cestos con los trozos sobrantes». Es fundamental no acumular y compartir y, también, no desperdiciar ni tirar lo que sobra.
«No basta la justicia, es necesario el amor». No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada. De Dios es la voluntad de que todos sus hijos sean felices.
Que la Gracia de Maria nuestra Madre del Cielo llegue a ti cada día. Reza el Santo Rosario con ella cada día. Pide por las almas del Purgatorio. Por la Paz en el Mundo. Tu hermano en la fe: José Manuel.