Acercarse a la luz para que se vea que tus obras están hechas según Dios. Esta es la señal de que estás realizando la verdad en tu vida.

Cuando a Jesús le pregunta Pilato acerca de su reino, el Señor le responde que su reino no es de este mundo y que Él ha venido para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad se acerca a Él.

Luego Jesús es la luz como es también la verdad y la vida que estaban junto al Padre antes de la creación del mundo. Esa luz es la que brilla levemente en Moisés cuando la zarza ardía en un fuego que no la consumía. Esa luz vino al mundo fue engendrado en el tiempo cuando se encarnó en el seno de María y fue dada a luz en un parto humano. Y esa luz no se escondió, sino que al contrario se puso en el candelero, se subió a la cruz, para alumbrar a todos los hombres. Para que todos los hombres se puedan acercar a la luz mostrando la verdad de sus obras.

Porque nada hay oculto en el misterio de Dios que no llegue a revelarse en el Hijo. Pero tampoco hay nada escondido en el hombre que no tenga que ser sacado a la luz poco a poco para que sea iluminado con la luz de Jesús.

El Hijo de Dios no ha venido a condenar sino a salvar. La voluntad del Padre es que no perezca ninguno de los que creen en el Hijo, sino que tengan vida eterna. Ahora es nuestra elección y en eso consiste el juicio: o acercarnos a Cristo, dejarnos iluminar o alejarnos de Cristo, darle la espalda, preferir las tinieblas a la luz. Dejar que la noche se cierna sobre nosotros.

Cuando no nos dejamos iluminar y preferimos las tinieblas a la luz. Cuando no creemos en el Hijo de dios que ha venido a llamar y salvar a los que estamos perdidos y esclavizados por nuestro pecado.

Cuando no creemos en su nombre nosotros mismos elegimos y abrazamos nuestra propia condenación. Elegimos permanecer en la esclavitud y en la muerte.

Hemos oído en la primera lectura, cómo el ángel del señor liberó a los apóstoles para que fueran muy de mañana al templo y pudieran exponer al pueblo este nuevo modo de vida. Porque la Iglesia no puede dejar de predicar esta novedad que Jesús ha traído a la tierra. La Iglesia no puede dejar de enseñar esta vida infinitamente más noble y digna desde que Jesús la ha asumido y la ha transformado, para hacernos partícipes de ella. La pelota está ahora en nuestro tejado; es nuestra decisión; hay que elegir.