El primer Concilio de la Iglesia, tras una larga discusión, determina finalmente que los conversos al Señor provenientes de la gentilidad (no judíos) no es necesario que se circunciden. Además, se abstendrán de la contaminación de los ídolos (es decir, de la carne sacrificada a los ídolos, muy frecuente en el paganismo); de las uniones ilegítimas (inmoralidad sexual); de animales estrangulados y de la sangre (dos asuntos referidos a las tradiciones judías, según la cual alimentarse de la sangre, signo de vida, pertenecía sólo a Dios).
Con estas concisas indicaciones comienza el largo camino de unas declaraciones magisteriales que no han cesado en más de dos milenios. La palabra divina ilumina de tal modo el caminar humano que siempre hay aspectos nuevos que responden las dudas o resuelven las polémicas respecto a la fe, la vida y las costumbres. Una institución como la Iglesia, con más de dos milenios de experiencia y un sinfín de culturas evangelizadas, se convierte en un auténtico manantial de luz en el corazón de la humanidad. Hay que tener en cuenta que el Magisterio no innova: su tarea es ser fiel al designio divino.
Además del magisterio papal cuando habla «ex cátedra» —como hace hoy Pedro—, están la autoridad de los Concilios —el de Jerusalén es el primero—. En los Hechos de los Apóstoles ya contemplamos el camino que fielmente ha seguido la Iglesia.
Como un instrumento eficaz que ayuda al papa y a los obispos, está la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde se resuelven dudas respecto a la postura de la Iglesia sobre cuestiones de actualidad.
Necesitamos esta guía, del todo necesaria, para garantizar que estamos unidos a la fuente, que es Cristo. El Magisterio no es un accidente en la Iglesia: es la mediación necesaria para no errar en nuestro camino hacia Dios. A lo largo de la historia se han producido miles de rupturas con el Magisterio, de toda índole y en lugares bien distintos. Con el correr de los años y de los siglos, esa separación ha tenido como consecuencia una secularización o una radicalización que reduce a la intrascendencia realidades y vocaciones que surgieron fuertes.
Para amar a Cristo, la Iglesia nos muestra el camino.
El otro día considerábamos la importancia de la Tradición. Y en esa tradición, brillan los santos que, a lo largo de todas las épocas, han dado testimonio de cómo la obediencia al Magisterio ha sido un cauce de luz.
Queridos hermanos
¿Sabes lo que es necesario para tener vida abundante y una alegría plena? Más de uno pensarán que todo depende de que el viento sople a favor y, sin querer invocar a las tormentas, te diré que no.
Lo que nos lleva a la vida abundante y a la alegría plena es permanecer en el amor de Dios, es enfocar; orientar nuestra vida en lo esencial, no en lo pasajero. También, otro de los peldaños para adquirir la alegría es tener actitud agradecida. Cuando uno es ingrato, hasta en la bendición se queja.
Y no olvides que las cosas son como las llamamos; hay quienes solo están viviendo una pandemia, y solo ven dolor y pérdidas; otros están viviendo una renovación, una ocasión y oportunidad para volver a lo fundamental.
No olvides que tus palabras, tal como defines y nombras la realidad, de forma positiva o negativa, pueden dar forma al desánimo o motivos de esperanza en la prueba.
La alegría plena, a la que Jesús nos llama, sí puede convivir con la dificultad, pues el sufrimiento humano, propio de nuestro peregrinaje, de los cansancios, fracasos, puede llevarnos al lugar correcto y a descubrir que la alegría, que no pasa ni se agota, es Cristo, y sabernos amados, siempre y en todo lugar, por nuestro Papá Dios.
Reza con la Virgen Maria cada día el Santo Rosario. Pide que interceda a Jesucristo por todos nosotros pecadores. Y por la Paz en el Mundo. Tu hermano en la fe José Manuel.